El escritor e historiador británico Keith Lowe (Londres, 1970) visitó España hace unos días para presentar su última obra, El miedo y la libertad (también en Galaxia Gutenberg), y a la vez ofrecer una conferencia para responder dos preguntas: cómo nos afectó la segunda guerra mundial y por qué sigue marcándonos e interesándonos tanto.

-¿Cuál es la respuesta?

-Para decirlo simplemente, la segunda guerra mundial fue un gran trauma global, es imposible olvidarlo, nos afecta a todos, incluso a las generaciones que no habían nacido. Yo siento que aún me afecta a través de mis padres, de mi familia.

-Quizá aquí tenemos una experiencia similar con nuestra guerra civil.

-¡Por supuesto! Incluso aunque la situación actual no tiene nada que ver con la guerra civil, que estemos hablando de una época completamente distinta, de una situación distinta... aun así sentimos los ecos, no lo podemos evitar, resuenan en tu mente.

-Del caso español no habla en su libro. La experiencia fue distinta. EEUU no trajo la libertad, sino que apoyó a Franco.

-Esta experiencia no solo es la de España. Grecia tuvo una guerra civil y tras la contienda los americanos apoyaron el autoritarismo; lo mismo en América Latina, reprimiendo movimientos y apoyando dictaduras. Estas cosas también son un resultado de la segunda guerra mundial.

-Uno de los mitos de la posguerra que usted evalúa en términos negativos es el del martirio. Incluso el del pueblo judío. ¿Por qué?

-Distingo entre mártir y víctima. El martirio es convertir a la víctima en una leyenda. El problema con el martirio es que es inevitable, cuando tanta gente sufrió tanto y era necesario que se explicase, pero cuando es mitificado por toda una sociedad, pasa a ser algo insano. El mártir se sitúa en un plano de superioridad moral que le da carta blanca para hacer lo que quiera. Por ejemplo, Israel se siente justificado para hacer lo que quiera con los palestinos por el Holocausto. Eso es un problema, porque, obviamente, no puedes ignorar la historia pero no te puede justificar.

-El martirio es también un componente del discurso del nacionalismo catalán.

-Sentirse mártir no permite a una nación mirar hacia delante, le hace mirar siempre hacia atrás. Ese es el problema. Nunca escapas de ello. Es importante no olvidar, pero tampoco no hacer del pasado la razón de todo lo que haces. Lo mismo que sucede con la mitología del heroísmo.

-Acaba hablando de los actuales nacionalismos europeos y de cómo todos ellos utilizan la memoria de la guerra. ¿Hay algo en común entre el brexit, el euroescepticismo polaco o húngaro, los nacionalismos catalán y español…?

-Son diferentes porque tienen distintos enemigos. Lo que tienen en común es el miedo y la búsqueda de un enemigo al que demonizar. En el Reino Unido está el miedo a la emigración, o el deseo de recrear el imperio glorioso; en Polonia, el miedo es a Alemania y Rusia, así que también volvemos a la segunda guerra mundial; en Hungría o Eslovaquia, el miedo es al avance musulmán sobre Europa... Siempre tomamos como referencia el último desastre para decir que hoy vivimos uno. Incluso cuando la comparación no sea adecuada. Donald Trump es Hitler. Angela Merkel es Hitler. ¡Todo el mundo es Hitler! No es racional, es una reacción emocional, un flash-back.

-Sobre el brexit se lamenta que fue imposible mantener un «debate racional» porque «las preocupaciones sensatas» quedaron aplastadas por un mar de mentiras y exageraciones. Me resulta también familiar.

-Esto está sucediendo aquí y en todo el mundo. Todo el mundo toma decisiones por motivos emocionales, no racionales. Es mucho más fácil dirigir las emociones de la gente que convencerlas racionalmente.

-¿Le llamamos populismo?

-Es un término muy amplio. Hay populismos de derechas, de izquierdas, y uno nacionalista que quiere centrar las pasiones de la gente en la nación, lo que está bien si estás en un partido de fútbol, pero cuando hablas de cambiar estructuras políticas es mucho más serio. Hay que ir con cuidado, y la gente no va con cuidado cuando se inflaman las pasiones.

-Un editor de historia militar me dijo que si quería vender, tenía que haber una esvástica...

-Yo también lo fui y siempre buscábamos la manera de poner a Hitler en el título. Tenemos una fascinación con el mal, la cara oscura de la humanidad.

-Tras la guerra vinieron las utopías, explica.

-Hoy no, hoy todo el mundo se prepara para un apocalipsis. Las películas de Hollywood dibujan futuros con terribles desastres ecológicos y un mundo devastado. En 1945, en cambio, no, el apocalipsis ya había sucedido y la gente se sentía confortada por la idea de que podían reconstruir el mundo.

-Pero entonces llegó la guerra fría, con otro posible apocalipsis, en este caso nuclear.

-Sí, ese el miedo del título del libro. Tienes un mundo abierto por delante para hacerlo todo de nuevo, pero también tienes miedo a reproducir el horror. Miedo y libertad, ese es el equilibro.

-No habría sido extraño que se hubiese enquistado un odio hacia los alemanes, como el que ha perdurado durante décadas entre serbios y croatas. ¿Por qué esa hostilidad se borró tan rápido?

-Sobre todo por dos cosas. Rápidamente, la URSS se convirtió en el enemigo. Y los alemanes se convirtieron en aliados, así que muy pronto aprendimos a culpar a los nazis, que ya no estaban, y no a los alemanes. Lo segundo sucedió en la propia Alemania: asumieron la culpa, algo que Japón no ha hecho. Esto te desarma, elimina los prejuicios.

-Eso no sucedió aquí. Los herederos del franquismo ni asumieron culpas ni pidieron perdón.

-Muchos podrían tomar a Alemania como ejemplo. Su actitud la ha rehabilitado como nación. Soy un gran fan de pedir perdón, creo que todo el mundo debería pedir perdón. ¡Los británicos también tendríamos que pedir perdón por muchas cosas que hemos hecho al mundo!