Julian Schnabel es un artista ejemplar; pinta cuadros que se venden por millones de dólares, hace cine aclamado y, mientras tanto, ejerce de excéntrico: nos recibe tumbado sobre un sofá y ataviado con un pijama de rayas que deja ver su magnífica panza, como una maja goyesca semidesnuda. Goya, por cierto, es para él un referente; Van Gogh lo es aún más, tanto que le ha dedicado su nueva película, Van Gogh, a las puertas de la eternidad, que se estrena hoy en las salas españolas. En ella, secundado por el actor Willem Dafoe, el cineasta neoyorquino recrea el febril proceso creativo que el genio holandés mantuvo durante sus últimos meses de vida.

-¿Por qué cree que es necesaria otra película sobre Vincent van Gogh? ¿No hay muchas ya?

-Sí, pero a mí no me gusta ninguna de ellas, porque demuestran no entender nada de su protagonista. De niño me gustó El loco del pelo rojo (1956) de Vincente Minnelli, pero la volví a ver recientemente y me parece una mierda; histérica y ridícula. Por lo que respecta a Van Gogh, de Maurice Pialat, es una pérdida de tiempo porque presta tan poca atención a quién era el pintor que podría haberse llamado Mary Poppins. Está claro que Pialat no sabía nada de pintura.

-¿Desde qué punto de vista ha querido usted acercarse a Van Gogh?

-Mi intención no ha sido hacer una película sobre él, porque no tendría ningún sentido; todo el mundo sabe quién era, o al menos cree saberlo. Lo que he querido es que el espectador se sienta en la piel de Van Gogh, que entienda lo que se sentía siendo él. Y, de paso, la película propone una forma de contemplar sus pinturas.

-¿Explica eso las inexactitudes y conjeturas que el filme da por buenas sobre su biografía?

-Yo no sé casi nada, pero sí sé tres o cuatro cosas sobre pintura, a diferencia de todos esos directores que se permiten el lujo de hacer películas sobre pintores sin saber de qué hablan. Por eso, a mí me importa menos la exactitud histórica que la emocional y la sensorial. Yo he buscado una verdad que va mucho más allá de los hechos literales.

-Una de las particularidades de este Van Gogh, por ejemplo, es que en realidad no parece estar loco.

-Es que yo no creo que estuviera loco en absoluto, ¿sabe? Existe esta necesidad de perpetuar el mito de que solo los artistas que están locos son grandes artistas. Pero si usted mira las pinturas de Van Gogh, son todo lo contrario a la obra de un demente. Cuando él pintaba, estaba completamente en paz, no había desequilibrio ni tormento ni insania. El tipo se las arregló para completar 75 pinturas en solo 80 días, y para eso hay que estar muy centrado en lo que haces. Lo que pasa es que sus coetáneos no podían ver lo que él veía. En cierto modo, Van Gogh personifica la desconexión entre el artista y la sociedad, que es algo con lo que yo también me siento muy identificado.

-¿De qué otras maneras conecta usted espiritualmente con él?

-De muchas. Por ejemplo, sus pinturas son increíblemente viscerales, tanto que parecen estar gritándonos desde la pared; y yo aspiro a que las mías logren lo mismo. Y en última instancia, igual que Van Gogh, yo también aspiro a expresar la inexpresable. Si el arte no logra eso, es inútil.

-La diferencia es que el genio holandés murió sin conocer el éxito y usted, en cambio, es uno de los pintores vivos más cotizados.

-Lo siento, pero no estoy de acuerdo. El éxito no siempre se mide con dinero. Creo que Van Gogh obtuvo un éxito tremendo porque logró lo que quería: alcanzó la eternidad. Sus cuadros siguen conversando con cualquier persona que haya tratado alguna vez de lograr algo o, en otras palabras, con todos nosotros. Él pintó para las personas que aún no habían nacido. Por eso, él encarna el espíritu del arte moderno.

-Habla del legado de Van Gogh, pero ¿qué hay del suyo? ¿Cuánto le importa a usted la posteridad?

-No pienso en esos términos. No creo arte para hacer carrera, sino porque es el único medio del que dispongo para pertenecer al mundo. El arte es mi modo de vida y mi razón para vivir. Van Gogh dijo: «Yo soy mis pinturas», y yo también soy mis pinturas, y mis películas. Y, sobre todo, soy esta última película. Todo lo que tengo que decir lo he dicho con ella. Es posible que nunca más haga otra.