--Lluvia fina

-Es que la lluvia fina a veces puede acabar en temporal. En cuanto se me ocurrió la historia se me ocurrió el título. Esas discusiones entre familiares, pequeñas afrentas, pequeñas cosas pero que un día y otro día van creciendo como la lluvia fina que va calando y que puede llegar a desbordarse y a destruir todo lo que encuentra a su paso.

-¿La familia es un laboratorio a pequeña escala?

-Efectivamente, porque es donde las relaciones humanas están concentradas, focalizadas y lo que ocurre en las familias son precursoras de nuestras relaciones sociales también. Y, además, ya sabemos también que luego las familias tienen sus particularidades y convivir íntimamente durante muchos años es todo un aprendizaje acerca del arte de convivir. Es todo un catálogo de pasiones, quién no ha odiado a sus padres, a sus hermanos, quién no hubiera dado la vida por ellos…

-Las familias también estallan como se ve en la novela.

-Es que todo está ahí, el amor también por supuesto, pero luego a partir de ahí se desmadran y afortunadamente se reprimen. En la familia los malos sentimientos, los rencores y los odios normalmente se reprimen, como tiene que ser. Una manera de reprimirlo es separarse de ellos pero cuando salen todos los demonios que hay o que pueda haber, puede ser terrible.

-Le he leído que ha comparado la situación de esta familia con la de España...

-No, no, yo no lo he comparado, a mí me lo han preguntado, ¿eh?. Para nada he pensado en hacer una alegoría, dios me libre, cuento la historia de una familia y punto. Un narrador se mueve en lo concreto, pero bueno, es inevitable, la historia tiene una resonancia simbólica y es inevitable que te pregunten. Creo que somos en España como una gran familia en crisis en la que nos queremos y nos odiamos y donde a veces nos hacemos la puñeta unos a otros, una familia que, en realidad, de toda la vida se ha llevado mal. Siempre andamos a grescas y hostias pero así somos.

-Tampoco huye de su estilo en esta novela, narra pero ni juzga ni moraliza.

-Los personajes pueden juzgarse entre ellos y, de hecho se juzgan, pero que el narrador entre a juzgar pues no. Hay que aprender de Cervantes, de esa cordialidad que no juzga, que presenta los personajes en todas sus facetas de un modo poliédrico, con sus cosas buenas y malas. Me parece que eso de juzgar es cosa de la novela decimonónica con todos mis respetos porque es maravillosa pero no viene a cuento que el narrador se interfiera en plan psicólogo y en plan juez.

-¿El lector es soberano?

-Efectivamente. Al personaje hay que presentarlo en toda su ambigüedad, cuanto más ambiguo es, más rico es en su significado. Si tú dogmatizas y al personaje lo simplificas por medio de juicios, lo empobreces. Todo personaje tiene que ser humano y eso es ser de todo, a veces un poco hijo de puta, ser un santo… Y eso es lo humano. Esa ambigüedad es fundamental en la literatura.

-¿Ningún relato es inocente? Lo digo porque lo deja muy claro en la primera página de esta novela.

-A menudo el pasado que tenemos es en parte imaginario, hay recuerdos subjetivos, otros con los que creemos recordar lo que hemos soñado, imaginado y a veces pues también exageramos las cosas, nos las inventamos. Es tremendo cuando somos niños cómo puede influir en nuestro carácter o modo de ser una mirada que creemos que es de desdén de nuestros padres. Eso se nos queda para siempre, en el alma de los niños todo está por imprimir. Y todas esas afrentas, esos agravios, esas heridas de niños pueden llegar a ser traumáticas. A partir de ahí nos montamos nuestro mundo, de victimismo muy a menudo porque ser víctima es confortable. Y nuestro pasado es a veces muy subjetivo y por eso los relatos no son inocentes y las palabras tampoco. Como decía Octavio Paz, cuidemos las palabras y cuidémonos de las palabras. Hay que tener mucho cuidado con las palabras tanto cuando las decimos como cuando las escuchamos.