Su nuevo trabajo, En la sombra, acaba de estrenarse en nuestro país semanas después de ganar el Globo de Oro. En él, inspirándose en una ola de crímenes cometidos en Alemania durante la pasada década por un grupo neonazi conocido como Clandestinidad Nacionalsocialista, Fatih Akin reflexiona sobre el dolor y las ansias de venganza de una madre (Diane Kruger) que pierde a su marido y su hijo en un atentado terrorista.

-¿Qué le inspiró de la serie de atentados en los que se basa la película?

-Sentí rabia y consternación por el modo en que la policía convirtió a las víctimas en sospechosos. Fue un verdadero escándalo; simplemente dieron por hecho que, puesto que los asesinados y sus familias eran inmigrantes de Turquía y Grecia, debían de pertenecer a la mafia o se habían visto envueltos en algún asunto turbio. Esa furia me animó a hacer la película. En mi país no se ha prestado suficiente atención a la amenaza neonazi, quizá porque los supremacistas se han sabido camuflar muy bien. Antes solían ser skinheads estúpidos y ruidosos, pero ahora son muy listos.

-Su película, en todo caso, tampoco se preocupa por perfilar a los neonazis. ¿Por qué?

-Porque mi objetivo fue ofrecer un retrato realmente íntimo de una víctima, y de lo que esa víctima se ve empujada a hacer a causa de su traumática experiencia. Los terroristas son neonazis, pero podrían pertenecer al Daesh o a cualquier otro grupo. Siempre que los noticiarios informan sobre un atentado, nos cuentan que el terrorista se llamaba Abu Jihad nosequé, pero de las víctimas no dicen nada; simplemente las tratan como un número: 22 muertos o 130 muertos. ¿Cómo eran sus vidas y sus trabajos? ¿Qué va a ser ahora de sus familias?

-Habrá quien diga que usar el sufrimiento de víctimas reales como inspiración de un ‘thriller’ de venganza es algo moralmente cuestionable. ¿Qué tiene que decir al respecto?

-Que el exceso de corrección política nos hace ser hipócritas. Yo no lo soy; mi objetivo ha sido hacer una película que incomode a la gente y la provoque. Y la película es un entretenimiento, sí, pero habla de la condición humana. La necesidad de venganza es una de las emociones más antiguas que existen; está en la Biblia. Y yo no estoy a favor del ojo por ojo, pero entiendo que en ocasiones es inevitable.

-¿A qué se refiere?

-A que las decisiones de los tribunales no siempre cumplen con las expectativas de quienes demandan un resarcimiento. A veces el Estado y la ley no son capaces de satisfacer la necesidad emocional que un individuo tiene de justicia, y surge el conflicto. Un ejemplo tonto: vas conduciendo y otro coche choca contigo; la culpa es suya, pero no hay testigos y al final la reparación de tu coche la acabas pagando tú. ¿Qué vas a hacer? Cuando sea de noche, irás y destrozarás el coche del culpable. No digo que sea lo correcto, pero suele pasar.

-La película se divide en tres partes, ¿por qué?

-Porque la tristeza, el dolor y el luto tienen diferentes niveles. Si uno quiere ser psicológicamente realista, debe detallar cómo esos sentimientos crecen y se van transformando. Y también fue una idea de realización. La primera parte, por ejemplo, es un melodrama, muy negro y romántico. Para darle forma visual me inspiré en algunos cómics; la segunda es un drama judicial, y la tercera es un thriller.

-Usted trabajó en esta película seis años, ¿en qué medida influyó en ese trabajo la creciente prominencia de los neonazis en todo el mundo?

-La primera vez que pensé en serio en escribir una película sobre el racismo o el supremacismo, no tendría más de 19 o 20 años. Fue en 1992, cuando las dos Alemanias se unificaron, porque entonces se produjo un auge del neonazismo y hubo una ola de crímenes de inmigrantes turcos. Me hace mucha gracia que ahora todos digan que mi película habla del mundo actual porque, en realidad, el mundo siempre ha sido así. Yo soy un alemán con raíces turcas y siempre me he sentido una víctima en potencia.

-Crecer con ese miedo no debió de ser fácil.

-No lo fue, claro. Siempre supe que ahí afuera hay grupos de personas que estarían encantadas de matarme solo porque tengo el pelo y los ojos negros y porque mi familia nació en Turquía. Hasta que cumplí los 20 años, nunca me consideré un verdadero alemán. Alemania nunca ha sido un país realmente integrador por lo que respecta a los inmigrantes. En su día, por ejemplo, a mis padres se los consideraba trabajadores invitados. ¿Y qué se hace con los invitados? Pues los dejas entrar en casa, los invitas a un café y luego los mandas a paseo sin más.