En las letras norteamericanas ha habido muchos instantes estelares, de estremecimiento, pero, si de novela negra hablamos, uno muy especial fue cuando el afamado crítico Edmund Wilson se consagró a destrozar a los escritores de novelas policíacas, con una sola excepción: Raymond Chandler. Wilson se descubría ante su talento literario, como ya habían hecho Dos Passos, Hemingway y otros ilustres colegas.

Para Chandler (que, curiosamente, despreciaba a Wilson) fue un espaldarazo y su momento para explicar que en el intento suyo de dignificar la vieja y tradicional novela policíaca basada en el enigma, en responder a la pregunta de ¿quien es el asesino? le había salido otra cosa, otro género, que no sabía muy bien como denominar; acaso, simplemente, novela. La polémica continuó, porque los policíacos puros, como John Dickson Carr, se lo tomaron muy mal y hubo estopa a diestro y siniestro.

A Chandler, sin embargo, nada de eso podía perjudicarle. Su gran personaje, el detective Phillipe Marlowe había triunfado en unas primeras novelas que se vendieron muy bien y abrieron a su creador las doradas puertas de Hollywood.

Allí, en los grandes estudios, Chandler trabajaría con los mejores directores, Billy Wilder, Hawks y un largo etcétera, creando sobre todo diálogos chispeantes, profundos, breves y definitivos como disparos, siempre vivos y a veces inolvidables...

Para, indefectiblemente, aburrirse de aquellos hollywoodienses oropeles, de sus ocasionales amantes, del trago fácil y del elogio gratuito y regresar a la soledad de su casa y a la más sonora soledad de la creación literaria.

En La Jolla, una población californiana, bastante pacífica, el maestro encontraría la paz para escribir La dama del Lago, Adiós muñeca y tantas otras de sus mejores obras.

Llevaba una vida tranquila, junto a su mujer, Cissie, veinte años mayor que él, lo que no les impidió ser un matrimonio bien avenido, y que ciertamente aportó a Raymond el equilibrio básico para producir escena tras escena, capítulo tras capítulo durante sus cuatro o cinco horas de escritura diaria.

Todos esos detalles e infinidad de anécdotas están minuciosamente registrados en la magnífica biografía de Frank MacShane, La vida de Raymond Chandler (Editorial Al Revés). Un trabajo documentadísimo que se lee a ritmo de relato porque el biógrafo se ha esforzado por no desmerecer de la velocidad de crucero de una buena novela policíaca... a lo Chandler.

Las manías del escritor y sus debilidades, como sus problemas con el alcohol o su extrema timidez, pero también, en los aspectos positivos, su profundo conocimiento del oficio de escribir y de la historia de la literatura, su capacidad para la ironía y el sarcasmo y, sobre todo, su inmenso talento para construir personajes y episodios magistrales quedan reflejados, documentados en esta biografía en un tono medido y realista, alejado de la hagiografía. Haciendo justicia, creo, al personaje, a la persona, al genio de Raymond Chandler.

Título: «La vida de Raymond Chandler»

Autor: Frank MacShane

Editorial: Al Revés

Traducción: Pilar Giralt