La apertura de la temporada en Zaragoza reunió en la novillada de ayer, primera de la preferia, a poco más de un quinto del aforo disponible.

La baja forzosa del aragonés Miguel Cuartero (postrado en un sillón con las muletas ortopédicas a su vera) tampoco hubiera atraído a más parroquianos pero la empresa parece que se reservó ese recurso hasta última hora pues su sustituto no se hizo público hasta la mañana de ayer.

En su lugar entró Marcos, hijo del empresario Maximino Pérez y nieto del desaparecido ganadero Domingo Hernández.

En esa novillada metida en un cuerpo de toro de plaza de tercera que fue la de ayer, sorteó -no se sabe si para bien o para mal- el mejor del lote. Un novillo de hechuras parejas al resto, que ya desde salida tomó los vuelos del capote muy por abajo y con buen tranco, que acudió solícito a todos los cites y desarrolló alegría en la muleta.

Para bien pues por sus continuas embestidas siempre humilladas allanaron el camino al torero. Para mal porque evidenció sus carencias. Que no son pocas.

Colocado siempre de improviso ante el afán de muleta del novillo, tan solo evacuó las más de las veces las incansables arrancadas. Sus acciones más jaleadas lo fueron por lo accesorio (cambiando por la espalda o haciendo la estatua en el inicio del muleteo) pero lo cierto es que aquello remataba siempre en línea o allá en vez de atrás, abajo, adentro.

En aquella batallita que acabó en oreja después de rondar por gran parte del ruedo a capricho y mando del novillo, el utrero puso el sesenta y el novillero el cuarenta por ciento.

TODO LO DEMÁS

El resto del festejo obedeció a un patrón bien diferente. Marcos anduvo por ahí, como sin ambiciones con su primero, un toro soso y somnoliento que ayuntó en voluntades con el espíritu de su lidiador. Nulo.

David Salvador, que en su primero se había topado con la tremenda movilidad de un novillo al que picó con perfección Diego Ochoa, se perdió totalmente en un mar de inconcreciones. Nunca tuvo el mando de la lidia y ofreció lección práctica del toreo al revés: de abajo a arriba. Ofú.

En el sexto fue la nada.

Mientras, Rafael González, a lo suyo y reincidente. Dos actuaciones iteradas en las que los muletazos se sumaron en un desproporcionado abasto de insoportable extensión.

Insistente hasta el aborrecimiento con un primero muy protestado (que el presidente José Antonio Ezquerra aguantó a pesar de sus continuas claudicaciones pero que luego se sujetó en pie dándole la razón) y de nuevo muy mecánico y vulgar ante el cuarto. Harto de muleta pero... sin torear.

Así está el escalafón, toreros sin ambiente cortados por el mismo, el único patrón, el del toreo de gran consumo. Nadie sorprende en la arena y nadie se sorprende en el tendido. ¡Otra de gambas!

Como sentenció mi amigazo Rafa Blanca, magnífico actor, cómico, mimo e irreductible bohemio, los novilleros no deberían vestir el oro hasta que no lo ganasen. Al menos, no hasta la alternativa.