‘Silvio

(y los otros)

Paolo Sorrentino

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DRAMA

Paolo Sorrentino y Toni Servillo forman una pareja incombustible. El actor ha intervenido en seis de los nueve largometrajes del director, entre ellos el más reconocido, La gran belleza, y, sobre todo, Il Divo, particular aproximación al controvertido político italiano Giuliano Andreotti. Sorrentino y Servillo vuelven a la vida política de su país a partir de otro personaje si no tan controvertido como Andreotti, igual de polémico: Silvio Berlusconi. De hecho, Silvio (y los otros) no es un largometraje en el sentido estricto, sino una reducción a 150 minutos del proyecto original en dos partes, con un metraje de 204 minutos. Casi una hora se ha perdido, y se nota. Si tuvo armonía, algo discutible en un cineasta tan abigarrado e histriónico como Sorrentino, parte de ella se ha diluido en el camino.

Berlusconi tarda en aparecer y Servillo lo ridiculiza en exceso. La tendencia al exceso de Sorrentino no es óbice para esas set piece características del director, hipnóticas y sugerentes, aunque también desaforadas; para esas imágenes que funcionan por sí solas, caso del arranque con la oveja y el aire acondicionado, o la triste secuencia de Berlusconi con la única joven que parece no interesarse en él y le dice que su aliento le recuerda al de su abuelo.

El cine de Sorrentino es como un lote que se compra entero, para lo bueno y para lo malo. Silvio (y los otros) no es tan recargada como La gran belleza, pero carece de esos momentos tan desbordantes que han encumbrado al cineasta.