Todas las islas del planeta están unidas por un hilo subacuático de acero, de manera que una te arrastra a la otra: si en Tromelin la resiliencia tuvo nombre de mujer, otro tanto sucedió en el atolón Clipperton, bautizado con el nombre de un pirata inglés que ocultó allí su madriguera de rapiña. Los mexicanos siguen llamándola Isla de la Pasión, aunque parece un título demasiado pomposo para una rosquilla estéril de apenas seis kilómetros cuadrados con una laguna de agua ácida en el interior. Como un anillo de boda arrojado al mar.

Clipperton vivió su esplendor, que ya es mucho decir, a principios del siglo XX, cuando la Pacific Island Company explotaba los depósitos de guano -el islote es sobre todo un cagadero de pájaros- y el general Porfirio Díaz ordenó la construcción de un faro y una guarnición militar para enarbolar la soberanía mexicana en caso de reclamo. En la época de gloria, llegó a habitarla un centenar de colonos, entre mineros, soldados y sus familias. Pero aceleremos el tiempo y los acontecimientos.

La revolución mexicana sigue su curso y el mundo se prepara para la guerra, la primera. El barco que cada dos meses trae víveres desde Acapulco deja de llegar. Un buen día, una goleta estadounidense encalla en el arrecife y la tripulación espeta las nuevas: a nadie le interesa rescatar a una guarnición del Ejército huertista. En junio de 1914, la Marina estadounidense envía un crucero para salvar a los suyos y se ofrece a repatriar a los mexicanos, pero el gobernador militar de la isla, Ramón Arnaud Vignon, se niega en redondo: quiere una orden precisa, y asegura disponer de provisiones para cinco meses. El capitán Arnaud tiene una razón de peso para resistirse: en su juventud había sido condenado por deserción.

Para ese entonces ya solo quedan en la isla anillada 14 hombres, seis mujeres y seis niños, incluidos los hijos y la esposa del capitán, Alicia Rovira. Qué insensata decisión, qué extraña historia de amor la suya: él, con su uniforme de aire austrohúngaro; ella, con sus tules y diamantes bajo el calor de los trópicos… Pura carne novelesca que la escritora colombiana Laura Restrepo recuperó en La isla de la pasión (Alfaguara, 1989), una crónica literaria del drama shakespeariano acontecido a partir de entonces. Abróchense los cinturones.

Escasea el alimento -huevos de pájaro, aves, pescado y sobre todo cangrejos, millares de cangrejos de caparazón rojo-. El escorbuto sigue causando estragos porque los contados cocos que producen media docena de palmeras, la única fuente de vitamina C, se reservan para los niños y las mujeres lactantes.

El 5 de octubre de 1916, un violento temporal coincide con un giro dramático, y aquí el relato difiere según la versión: para unos, el tragicómico capitán delira; para otros, sí es cierto que Arnaud avista un barco en la línea del horizonte y se hace a la mar a la desesperada, con sus tres últimos hombres, en busca de ayuda. Todos mueren ahogados al hundirse el bote y dejan a las hembras a su suerte. Bueno, no exactamente.

En el faro de Clipperton, que ya no funciona, vive apartado de la comunidad el negro Victoriano Álvarez, un soldado con quien el capitán Arnaud ya había tenido graves problemas de disciplina. Loco de hambre y aislamiento, resentido, náufrago entre los náufragos, en cuanto descubre que es el único varón en el infierno, el Negro Álvarez se autoproclama rey de Isla de la Pasión, emperador de Clipperton, y somete a las mujeres a un régimen de tiranía y terror. Desea a una niña de 12 años, su madre intenta impedir que la viole y las mata a las dos.

Aquí entra en escena la antagonista, Tirsa Rendón, soldadera, viuda de un teniente muerto en la isla, a quien Laura Restrepo describe como «una muchacha morena, maciza de carnes, oblicua de ojos y de carácter irreductible». Cuando le toca el turno a la esposa del capitán en la espiral de depravación, Tirsa le prepara al Negro Álvarez un guiso de pájaro bobo en el faro, y cuando menos se lo espera le asesta un martillazo en el cráneo; Alicia la ayuda a rematarlo. Esa misma tarde, el 18 de julio de 1917, en una conjura del destino, el USS Yorktown, un buque de la marina estadounidense, rescata a los últimos supervivientes de Clipperton: cuatro mujeres y siete niños.

Acabo de pasar a limpio el penúltimo relato del verano, ya bien crecida la noche de bochorno. Cuando me dispongo a apagar el ordenador, la alarma avisa de un e-mail en la bandeja de entrada… Y es de Tristan da Cunha, mi isla, la isla que me obsesionó.

Mañana, último capítulo:?Huida a la selva.