Todo empezó a cobrar forma el 12 de enero del año pasado, cuando Bruce Springsteen fue el «regalo» de despedida de los Obama a unos 250 empleados de la Casa Blanca. En la East Room de la mansión presidencial de Estados Unidos, ocho días antes de que se instalara Donald Trump, el Boss ofreció un concierto acústico, salpicado de narraciones personales, muchas sacadas de la biografía que publicó en el 2016, Born to run. En el viaje de vuelta a Nueva Jersey desde Washington con su esposa, Patti Scialfa y su mánager, John Landau, el trío pensó que más gente debería tener acceso a algo así. Se plantó la semilla de Springsteen on Broadway. El fruto que ha dado es único.

El próximo 15 de diciembre Springsteen saldrá por 236ª vez al escenario del teatro Walter Kerr, en la Calle 48. Sonarán los primeros aplausos entusiastas y se hará el silencio en ese patio de butacas que noche tras noche desde octubre del 2017 han llenado 960 espectadores, devotos, curiosos, afortunados con presupuesto para pagar la media de más de 500 dólares por la que se han estado vendiendo las entradas.

Una velada más, por última vez en vivo, Springsteen se desplegará durante más de dos horas y media como el performer absoluto, un maestro de la narración y de la música, protagonista de un ejercicio meticuloso e inclasificable que también ha quedado recogido en un disco (doble CD, cuatro vinilos) que sale a la venta el día 14 y en un especial de Netflix, que se estrena en 190 países el día 16.

«TRUCOS DE MAGIA»

Nada es espontáneo en Springsteen on Broadway. Al contrario; todo está milimétricamente preparado. Cada palabra y cada frase, cada gesto, cada paso en el sobrio escenario y cada acorde en 16 canciones tan conocidas como transformadas, renacidas para la ocasión. Lo que hay de indudable y posiblemente inevitable artificio queda enterrado en una avalancha de arte y oficio y, se podría jurar, de sinceridad. Lo que por el formato podría ser metódico y rígido se transforma en algo humano, íntimo, auténtico. Y Bruce, que habla de sus propios «trucos de magia», saca a los 69 años, tras más de 45 de laboriosa carrera, otro conejo de esa chistera que parece no tener fondo.

Él ha dicho que este espectáculo, una especie de residencia artística imposible de etiquetar, es lo más parecido a conciertos de sus inicios, cuando actuaba solo en los 70 y principios de los 80 o ante un par de centenares de personas en locales como el Bottom Line, en el Greenwich Village. También ha conectado al VH1 Storytellers que hizo en el 2005 este experimento en Broadway, por el que recibió un Tony especial (se negó a entrar en competición) y que ahora gracias a Netflix podría sumar un Emmy a su Oscar por Philadelphia y a sus 20 Grammys.

Quizá lo más ajustado a la hora de comparar, sin embargo, sean los dos conciertos que ofreció en noviembre de 1990 en el Shrine Auditorium de Los Ángeles, hoy disponibles en You Tube, durante décadas una de esas grabaciones piratas que los fans acaudalan como tesoros. Porque aquí, como entonces, Springsteen desnuda emociones, confiesa, cuenta, toca y canta.

AUTOBIOGRAFÍA

Esta vez, además, saca de la guitarra, la armónica y el piano una banda sonora en la que se diluyen y redibujan las fronteras de la realidad y la ficción. Es personaje y persona. El recorrido sigue primero un orden principalmente cronológico. Springsteen lleva de su mano en un viaje hasta Freehold, Nueva Jersey, al encuentro de aquel niño de siete años al que una actuación de Elvis Presley en el Show de Ed Sullivan cambió la vida para siempre. Growing up.

Como en su autobiografía, permite también cruzar las puertas abiertas a la vida familiar, a la compleja relación con su padre, a una madre admirada y adorada, y a sus propios demonios y fantasmas. My hometown. My father’s house. The wish.

Llegan luego el fuego que quema dentro, la necesidad de escapar, esa juventud que, como en una composición, vibra con «la belleza de la página en blanco». Thunder road. También la frustración, la determinación, el primer viaje cruzando unos Estados Unidos de azules profundos, cañones de sombras púrpuras, siluetas de montañas en el retrovisor, llanuras y colinas, horizontes inacabables, el amor eterno al desierto. The promised land. Born in the USA renace como lo que fue en su origen, una canción protesta, aquí en forma de un blues que sangra mientras el cuello de botella rasga el mástil de la guitarra de 12 cuerdas y la voz se adentra desnuda y rasposa en las profundidades y en el piano Tenth Avenue Freeze-Out es el homenaje a la E Street Band y, especialmente, a Clarence Clemons.

Como ha hecho cada noche sin excepción, Scialfa sale al escenario para interpretar con Springsteen Tougher than the rest y Brilliant disguise. Y a continuación, en el que posiblemente es el momento más emocionante en una creación llena de emociones, Springsteen vuelve a recuperar la figura de su padre para relatar el que quizá fue «el mejor momento» de su vida juntos: aquel en el que, con él a punto de convertirse por primera vez en padre, sin palabras expresas, hubo lo más parecido a una disculpa. «Estaba pidiendo un papel de ancestro tras ser fantasma por mucho tiempo». Long time coming.

POLÍTICA

Igual que no tiene nada ya que demostrar sobre el escenario o en un estudio y aun así sigue buscando nuevas formas de crear nuevas experiencias compartidas con su público, Springsteen no huye de la situación política de su país, aun sabiendo que no todos sus fans comparten sus ideas. Y eran pocos los aplausos que se oían en vivo el sábado pasado en el Walter Kerr cuando antes de interpretar The ghost of Tom Joad y The rising denunciaba que desde «el cargo más alto en el país» se están sacudiendo «los más feos y divisivos fantasmas del pasado» con la intención de «destruir la idea de América para todos».

O cuando hablaba de la «atrocidad» de políticas como la separación de familias de migrantes en la frontera. Pero ni un día Springsteen ha dejado de lanzar ese mensaje en el que no le hace falta mencionar a Trump por nombre. Tampoco ni un día ha dejado de acudir a una cita Martin Luther King para reivindicar la esperanza en que el arco de la justicia acabará inclinándose del lado correcto de la historia.

En la recta final, Bruce Springsteen vuelve a otros clásicos, retorna a casa, a la raíz y a la savia. Ahí están temas como Dancing in the dark, un Padre Nuestro recitado y Land of hope and dreams y, como colofón, Born to run. En el último momento, los golpes con la mano en la guitarra palpitan, profundos, como un corazón. Y quedan como un eco vivo, como las palabras que había pronunciado más de dos horas antes, cuando con un humor que usa como herramienta frecuente se reía del éxito «salvaje y absurdo» que ha tenido en parte escribiendo de personajes y de mundos de los que no ha tenido experiencia personal, como las fábricas, o el trabajo de nueve a cinco. «Me lo he inventado todo. Es lo bueno que soy».