Los que por oficio y/o vocación se dedican a comer y cenar habitualmente fuera de casa suelen ser los primeros en descubrir las tendencias gastronómicas, pero también en disfrutar de las modas y, al final, en sufrir el abuso de las mismas. No va esta columna de quejarse --va incluido en el sueldo o en el placer palatal--, pero sí de alertar de algunas costumbres que pueden llegar a aburrir al consumidor más inocente.

Pasó con el salmón ahumado, que en un par de décadas se convirtió de una delicia en una maldición presente en cualquier aperitivo, por cutre o sencillo que fuera. Lo mismo con el foie, todavía castigo para el paladar en muchos menús y celebraciones. Y no porque el producto sea precario --que también los hay, y en abundancia--, sino por el abuso del mismo.

La última tendencia a punto de llegar al hartazgo es el uso de las bajas temperaturas para cocinar. Que si ternasco, codillos y carnes: hasta "carpaccio de ternasco cocinado a baja temperatura" hemos podido leer en un reciente menú, sin olvidar el "confitado a baja temperatura", como si se pudiera confitar a otra.

No se salvan ni los pescados, pues también se oferta bacalao a baja temperatura. Aunque aquí, gracias al anisakis, parece que nos salvamos más. Y por supuesto, el tembloroso huevo se impone en la misma línea, tratando de salvar con una pretendida modernidad platos insustanciales, pero de bajo coste.

Y piensa uno. ¿Será que los cocineros no se fían de su pericia? Porque un asado convencional se puede estropear, pasar, etc., sin embargo con el moderno a baja temperatura el único peligro es que llegue a la mesa varias horas más tarde. ¿O será que con la crisis los cocineros han decidido ahorrar energía? ¿O no invertir en renovar el horno? Sea lo que fuere, parece que va a ser necesario un crowdfunding --o financiación popular, como sugiere la Fundación del español urgente--, para subvencionar un buen chorro de calor a estos profesionales que pretenden estar a la última sin haber experimentado los escalones anteriores.