Si el baobab define el ecosistema africano, el haya reina en el hermoso bosque del Betato, entre Piedrafita de Jaca y Tramascatilla de Tena. Aquí ha sonado este domingo la kora, ese arrebatador instrumento mandinga de África occidental, tañida por el instrumentista y cantante senegalés Ali Boulo Santo. Ha sido en el segundo de los 31 conciertos del festival SoNna (sonidos en la naturaleza), programación musical que la Diputación de Huesca desarrolla en emblemáticos parajes naturales y edificios históricos de la provincia hasta el 20 de septiembre. La pandemia ha aparcado, confiemos que temporalmente, Pirineos Sur, el festival estrella oscense, pero no ha terminado con las ganas de que la música, con toda la seguridad que exigen las circunstancias, y combinada con naturaleza y patrimonio, alivie la presión de estos tiempos inciertos.

Quien más quien menos asocia la kora (una especie de arpa-laúd de 21 cuerdas con largo mástil y caja de resonancia recubierta de cuero) a intérpretes de Malí como Toumani Diabaté y Ballaké Sissoko, pero también en otros países de África occidental encontramos brillantes ejecutores de tan fascinante instrumento. Recordemos por ejemplo a los guineanos Mory Kanté, recientemente fallecido, y a Sekou Kouyate, y a los senegaleses Ablaye Cissoko y al mencionado Ali Boulo Santo. Del arte de este último, que ha actuado en solitario, hemos disfrutado este domingo doblemente: por su toque fluido y detallista y su voz resuelta, y porque el paraje en el que ha tocado facilita la expansión de la musicalidad de la kora. Ali Boulo Santo se inició tempranamente en el instrumento, y en los años 90 le aplicó efectos para buscar sonoridades contemporáneas. Ha compartido escenario con los grandes músicos africanos y ha desarrollado sugerentes proyectos con el maestro francés de la electrónica Fredéric Galliano, para cuyo sello, Frikyiwa, ha grabado un par de álbumes.

Los aires ancestrales de la kora y la voz de Boulo Santo han discurrido libres por entre las hayas de ese bosque mágico del Betato. El público (asistencia reducida, por razones obvias) ha sido transportado a una imaginaria arboleda de baobabs; a una representación que, aunque sin hadas ni duendes, podríamos enunciar como el sueño de una mañana de verano.