Los relatos de ciencia ficción preveían para el siglo XXI una cómoda alimentación gracias a unas pastillitas que contendrían todos los nutrientes necesarios para la vida. Afortunadamente para la humanidad, y para desgracia de las farmacéuticas -que se hubieran forrado otra vez más a nuestra costa-, el componente de placer en la alimentación, desde el mero hecho de masticar hasta el paladeo de lo ingerido, se ha impuesto a esa terrible posibilidad.

El mito, sin embargo, sigue presente en esos líquidos energéticos, batidos saludables, complementos nutricionales y demás inventos diseñados para satisfacer tanto esa imposible, por fácil, pérdida de peso, como esa especie de religión esotérica que confiere a los alimentos unas virtudes de las que en realidad carecen.

Es el caso de la moda de los superalimentos, desde el kale al aceite de coco ahora, aquellas bayas chinas de antaño, o esas sales remotas repletas de impurezas, además del cloruro sódico que las define. No hay tal, de la misma manera que en dosis razonables alimentos con toxinas que ingerimos habitualmente -las patatas, las almendras amargas- nos son beneficiosos, lo poderes de esas pretendidas verduras, semillas, aceites, son como los de los superhéroes, una falacia.

Eso sí, sostenida por importantes intereses comerciales. Con la ingenua complicidad de quienes depositan su fe en lo «natural», los que creen en una especie de Naturaleza sabia que cuida de sus criaturas y jamás defrauda. Pero esa idea, ese ser, es incapaz de advertirnos de los peligros de las hojitas de cicuta, tan similares al perejil; no tiñe el agua, para que sepamos cuando no es potable; ni evita que el temido anisakis llegue hasta nuestro interior.

No, los alimentos poseen nutrientes, combinados de muy diferentes formas, para que nosotros, omnívoros, los tomemos en variedad. Y si algún aminoácido esencial falta, como en las lentejas, la experiencia nos ha enseñado a combinarlas con arroz, que sí lo posee.

Como insistía Grande Covián, hay que comer de todo y con moderación. Con eso basta.