Han pasado casi quince años desde que se estrenó Los Increíbles (2004). Su director, Brad Bird, se había convertido en una de las grandes promesas del cine de animación después de realizar El gigante de hierro (1999) cuando fichó por la factoría Pixar, que en esos momentos también había revolucionado el sector gracias a Toy Story (1995). Así que la conjunción entre ambas personalidades resultó apoteósica.

Los increíbles le dio la oportunidad a Bird de homenajear el cine de espías y ciencia ficción de finales de los 50 y los cómics de superhéroes, al tiempo que experimentaba con la cinética de la imagen generando escenas de acción de una perfección formal y tecnológica apabullante.

Pronto se convirtió en una de las películas favoritas para niños y mayores sobre todo gracias a sus personajes, esa familia Parr que se esforzaba en compatibilizar sus superpoderes y su sentido de la ética justiciera, con las actividades domésticas que implican la crianza de los hijos y el mantenimiento de la estabilidad marital y familiar.

Sin embargo, a diferencia de otras franquicias de la casa que pronto tuvieron sus correspondientes continuaciones, Los Increíbles, a pesar del tremendo potencial con el que contaba, parecía que nunca iba a contar con una secuela. Bird continuó colaborando con Pixar en Ratatouille (2007) y en un giro inesperado de los acontecimientos, se pasó a la imagen real para firmar Protocolo fantasma, la cuarta entrega de la saga Misión imposible, y continuó por esa línea con el filme de aventuras sci-fi Tomorrowland: El mundo del mañana (2015). Siempre se ha dicho que aplicó a estas películas la perspectiva autoral heredada del mundo de las viñetas y la animación y en el fondo muchos de sus fans tenían la esperanza de que en algún momento volviera al redil para reafirmar su trono como rey dentro de esta disciplina.

Ahora, ese retorno se convierte por fin en realidad y el director se hace cargo de la esperadísima segunda parte de Los Increíbles. No le gusta hablar de por qué ha dejado pasar tanto tiempo, pero sí asegura que se le ha pasado en un abrir y cerrar de ojos y que cuando se ha dado cuenta, tenía que ponerle remedio de inmediato porque echaba de menos a sus criaturas.

«Nunca me lo he pasado mejor haciendo una película. Fue muy especial para mí porque nunca había tenido (y creo que nunca tendré) tanta libertad creativa, pude desarrollarla desde el principio hasta el final. Estaba en el fondo ansioso de volver a trabajar con los personajes y verlos evolucionar», cuenta el director en su visita de presentación de la película que se produjo en Madrid.

Resulta curioso que haya decidido retomar la aventura justo en el momento en el que abandonó la anterior. «Por qué no. En imagen real esto habría sido imposible porque no se puede luchar contra las leyes de la física. Pero después de catorce años, continuar el siguiente capítulo cinco segundos después, me parecía muy interesante».

De modo que nos volvemos a encontrar con la familia al completo tal y como la habíamos dejado: con el matrimonio Parr, su hija teenager Violet, el preadolescente Dashiell y el bebé Jack-Jack, todos juntos teniendo que luchar contra el crimen mientras resuelven sus problemas individuales. «Creo que lo que hace únicas estas películas es que giran en torno a las dinámicas familiares y sobre el papel que jugamos cada uno de nosotros en ese pequeño microcosmos. Por eso desde el principio intenté que los superpoderes que cada uno tiene, estuviera directamente relacionado». Así, la matriarca es elástica porque puede con todo, Violet, como buena adolescente, es insegura y está a la defensiva, de ahí su invisibilidad y los campos magnéticos que maneja. En cuanto al niño, todos hemos tenido diez años y rebosábamos energía, por eso es tan veloz.

¿Y Jack-Jack? El pequeño bebé se convertirá en la verdadera estrella de la función. «En el caso de Jack-Jack, era una bomba a punto de explotar», continúa Brad Bird. «Los espectadores sabían de sus poderes, y los demás personajes no, así que daba mucho juego».

El director nos cuenta que todos los ruidos que caracterizan al bebé y a través de los que expresa sus emociones corresponden con una grabación que uno de sus compañeros le hizo a su hijo pequeño hace 15 años. «Ahora Jack-Jack se está preparando para ir a la universidad», ríe el director cuando se le pregunta sobre el papel.

Por último, otro de los elementos que más llamaron la atención en la primera película, las set-pièces de acción, vuelven a convertirse en un auténtico espectáculo que llama la atención. «Hay que ser muy preciso en ese sentido, porque cuando se hace mal la acción, se vuelve todo muy confuso y es fácil perderse». La fluidez, limpieza y elegancia a la hora de filmarlas están al alcance de muy pocos.

El realizador reconoce sin ambigüedades que la tecnología ha mejorado, que ahora todo el proceso es más intuitivo, pero cree que en ocasiones estamos muy supeditados a ella, quizá demasiado en su propia opinión. «Los avances están muy bien, pero lo duro sigue siendo el argumento, lo difícil es que funcione la historia», zanja.