El próximo 15 de noviembre se cumplirán tres años de los atentados de París reivindicados por el Estado Islámico. Tiroteos y explosiones en varios puntos de la ciudad que desataron el terror, uno de ellos, en la sala Bataclan, que alcanzaría una macabra fama tras convertirse en un escenario de pesadilla en el que murieron 90 personas.

Ramón González, español afincado en París, estuvo allí esa noche. Había ido con su pareja y unos amigos a ver a Eagles of Death Metal y terminó viviendo la peor experiencia de su vida. Sobrevivir a esa tragedia lo sumió en un bucle de miedo y desconcierto. Su psicóloga le recomendó que escribiera para exorcizar sus fantasmas y esa fue su salvación. En un mes tenía el borrador de un libro, aunque pasaron dos años hasta que terminó de darle forma, en un proceso que le sirvió para tomar distancia y convertir el trauma en literatura, el testimonio a modo de diario personal, en novela. El resultado es Paz, amor y death metal (Tusquets Editores), una crónica de esa noche, de lo que supuso y también una reflexión en torno a la violencia y al futuro.

«Comencé a escribir solo dos semanas después», cuenta González. «Por eso los detalles de ese momento están tan vivos». En efecto, la narración en primera persona y en tiempo real nos introduce en un espacio de horror absoluto. Pero el escritor lo aborda a través de un estilo sobrio, en ocasiones incluso seco, porque, como él mismo dice, «no necesitaba lírica». Sin embargo, la descripción de la vivencia es tan potente que resulta inevitable que su lectura termine convirtiéndose en algo profundamente visceral. Una vez terminado ese terrible episodio, González da paso a lo que viene después de la catástrofe: ¿cómo gestionar todo lo que se ha visto y sentido? «Cada uno lo vive de una manera, pero el síndrome postraumático tiene cosas iguales para todos: altibajos emocionales, incomprensión, vulnerabilidad, miedo a los ruidos…». El autor nos adentra en este proceso hasta que su dolor desemboca en una necesidad imperiosa de empezar de cero. Por eso tuvo que abandonar la empresa donde trabajaba como informático y, además de escribir, comenzó a dar clases en un colegio del extrarradio de París. Dice que ha pasado página, pero lo cierto es que percibe que el polvorín de odio solo se encuentra en estado latente y podría estallar en cualquier momento. «Hace unas semanas estaba hablando con mis alumnos de la libertad de prensa y el debate se encendió: muchos pensaban que el atentado de Charlie Hebdo estaba justificado, porque, decían, no se pueden hacer bromas con la religión. Un alumno levantó la mano para decir que estamos en un Estado laico, y todos se le tiraron encima. La gente cada vez tolera menos y se ofende más».

El autor piensa que, aunque muchos partidos hayan aprovechado los incidentes para practicar el populismo, también ha habido debates interesantes, como el de Édouard Louis (autor de Historia de la violencia) y el exprimer ministro Manuel Valls en Libération. «Louis argumentaba que no se habían tomado las suficientes medidas sociales. Y Valls le respondió que intentar buscar una causa era justificar el atentado. Pero el debate dejaba una pregunta en la cabeza: ¿Qué ha hecho Occidente por Oriente?».