Uno siempre se ha sorprendido ante esos hogares que cuentan con televisión en las normalmente diminutas cocinas urbanas; otra cosa es en la rurales, o en las grandes, donde además de cocinar se convive. Pero, a tenor de los datos, parecería que su ubicación allí resulta imprescindible. Pues a los habituales programas de recetas o a la temática Canal Cocina, se le han sumado este año los diferentes chefs --Master, Top y Master junior-- o la pesadilla de Chicote. Y se anuncian bastantes más, desde uno dedicado a los postres, de la mano de Torreblanca, a otro centrado en las tapas, a cargo de Sandoval.

Parecería, pues, que vivimos un intenso momento de exaltación gastronómica, mas las apariencias engañan y mucho. De una parte, las televisiones españolas, públicas y privadas, tienden a copiarse entre sí, buscando la mínima rentabilidad de la moda, antes que arriesgarse buscando formatos nuevos. Funcionan los programas de cocina, pues a producir muchos, lo más parecidos posible. Lo que, además, agradecerán muchos de los importantes cocineros que están pasando por difíciles momentos económicos.

Sin embargo, la televisión, incluidos estos gastronómicos se ve en el salón. Y seguramente, muchos lo harán rodeados de pizzas precocinadas, snacks varios o bandejas de malcenados. Disfrutarán de lo que ven guisar, además de los asuntos propios de estas realidades virtuales, pero serán incapaces de cocinar más allá del microondas.

Quiérese decir que cuando la cocina se convierte en espectáculo, pierde gran parte de su sentido. Cuanto menos se guisa en los hogares, más se recurre a los platos preparados y, como mucho, se práctica en los fogones a modo de ocio de fin de semana, en más espectáculo televisivo se convierte. ¿Un símbolo de este nuevo paradigma impuesto, al que algunos todavía llaman crisis?