Si en La casa del dolor ajeno Julián Herbert apenas se dedicó a fabular porque el tiempo expresado existía arrasado por la historia oficial, en Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino construye un libro de cuentos de una imaginación desbordante con tema y variaciones. Anclados en unos personajes surrealistas, bipolares, violentos y con unos toques de humor geniales tratan de saber cómo hay que contar una historia. O dicho de otro modo: buscan el modo de enfrentarse a una realidad literalmente sangrante.

La constricción de aquel libro ha producido la libertad total de este. Eso sí: ambos conciben una sociedad violenta donde «estar loco es lo más parecido a ser un fantasma». Ahora el peso de la historia es nulo porque la imaginación de Herbert provoca una ficción liberada que todo lo puede. Es por eso que el narrador de Balada de la madre Teresa de Calcuta afirma algo que se va a convertir en la primera de las puertas de entrada al libro: «Dispénsame si estoy arruinándote la historia. Lo hago… para darme el lujo de vomitar un poco encima de esos lectores ingenuos que adoran la literatura redonda, sin digresiones ni contradicciones ni atajos; esa gente bebé que lee como si un relato fuera una mamila». La segunda puerta de entrada (o de salida) es haber concebido la escritura de ficción como si tuviera el aliento y la forma del ensayo. En este sentido, en el cuento que da título al libro, aparecen continuas digresiones en torno al concepto de la parodia en un texto en el que se cuelan el De lo sublime de Pseudo-Longino, Harold Bloom y su «ansiedad de la influencia» o Hermann Broch y su «cosmogonía de la novela».

El tema es el vértigo de la violencia que asola a todos los seres de ficción que pululan por este libro; las variaciones, el modo que tienen de enfrentarse a la verdad de los hechos. Poco importa que unas veces sea un psicoanalista lacaniano y caníbal o la sombra errante de Juan Rulfo o Dios convertido en el ángel exterminador o los habilidosos forenses que estudian la escena del crimen en una casa blanquísima y musical. La escritura propia del superviviente que no encuentra piedad ni se redime en aras de una realidad mejor, sino en busca de unos personajes en combustión que conciben la existencia como fulgor, caos y sangre convierte a Herbert en un escritor que asola nuestra conciencia.

‘TRÁIGAME LA CABEZA DE QUENTIN TARANTINO’

Julián Herbert

Mondadori