De 1990 son los primeros experimentos de Teo González (Quinto -Zaragoza-, 1964. Reside en Nueva York) con la geometría de las gotas. Era el comienzo de un sistema de trabajo asentado en unos parámetros específicos que el artista ha ido definiendo en el tiempo y cuya formulación primera culminó en torno al año 2000, tras un largo y complejo proceso de investigación, preñado de continuas correcciones y repeticiones que le permitieron superar fracasos y emprender nuevos caminos, siempre fértiles. El método utilizado, con sus variantes, se convirtió en el lenguaje que identifica la obra de Teo González, artista inmerso en la exploración fenomenológica de la percepción, que este año le ha valido una de las becas de la Gottlieb Foundation.

Frank Stella observó, en 1960, que los dos problemas de la pintura eran averiguar qué es la pintura y cómo se hace una pintura. Algo similar le sucedió a Teo González: una vez que tuvo clara la dirección que debía tomar su pintura, puso todo su empeño en cómo realizarla. Precisamente Bridget Goodbody se ocupó de sus ensayos plásticos en el catálogo de la exposición que Teo González presentó en 2004 en el Museo Pablo Serrano. Durante cuatro años utilizó el papel blanco como único soporte para una amplia serie de obras configuradas por cientos de gotas negras. Hizo intentos con el lienzo que no le convencieron y se vio obligado a encontrar tintas adecuadas tras la descatalogación de la marca empleada hasta ese momento. Tiempo muerto que, en realidad, fue experimental tras convertir su estudio en la California State University en un auténtico laboratorio de pruebas que le permitieron encontrar tintas para sus dibujos y la mezcla adecuada para trasladar los hallazgos al lienzo. Siguieron nuevos retos. Añadir color en el fondo, lo que exigía el estudio de la composición química de las pinturas para mezclar los fondos monocromos con las gotas negras. Y aumentar el tamaño de las obras valiéndose de un aparato consistente en una cuadrícula de sedal y madera que le permitía depositar una gota en cada celdilla que, progresivamente, fue reduciendo de tamaño lo que obligó a densificar la malla con un sedal tan fino que dificultaba la aplicación con el pincel; fue entonces cuando decidió dibujar con lapicero la cuadrícula modular directamente sobre el lienzo, y para evitar cualquier atisbo de rigidez ideó el sistema gauge consistente en incorporar varias gotas en una misma celda.

Método y azar

Consciente de la seducción que acompaña a la retórica de la velocidad como promesa que nos libera de lo efímero de nuestra existencia, al decir de Mark Dery, Teo González comparte con Donna Haraway la urgencia por sentir la fragilidad de la vida, el paso del tiempo para así cuestionar, al menos, la utopía de un mundo de relaciones imaginarias dominado por la complejidad de los instrumentos de la cibercultura. De tal modo que la tensión que acompaña a estas cuestiones, fundamentales en nuestra experiencia individual y cotidiana, obtiene su expresión en el tratamiento «postminimal» de las pinturas de Teo González, resueltas a partir de una trama cuadriculada, de ritmo simultáneo y repetido, que ocupa la totalidad de la superficie. Cada una de las pequeñas celdillas aparece ocupada por minúsculas gotas de pintura que, al depositarse sobre el papel o el lienzo, rompen el ritmo homogéneo del entramado, proponiendo nuevas relaciones y conexiones ajenas al patrón normalizado. El trabajo metódico y repetitivo de la acción da entrada al azar según cómo se deposita la gota de pintura, la cantidad de pigmento y el tipo de soporte, el pulso del artista, el proceso de secado y el tiempo de la acción, que discurre real e irrepetible.

El conflicto suscitado entre el entramado regular de la red elástica y la presencia impredecible de las gotas provoca una vibración óptica constante que altera la visión de quien se sitúa ante las obras, invitándole a fijar la mirada y así atender a la permanente intercomunicación de información que se produce entre líneas y puntos.

Ante la obra de Teo González, Óscar Alonso Molina anotó: «Partimos, pues, de la fenomenología de la dificultad, exigente, ardua, casi impenetrable en sus entrañas más profundas, que plantea como uno de sus más altos retos la percepción misma del plano de la pintura en todo su detalle [...] Se nos empuja, en cuanto espectadores, a la nada fácil tarea de apreciar cada uno de los pliegues, apenas discernibles entre sí, con los cuales el plano de las pinturas de Teo González parece defenderse de la mirada».

Cartografías orgánicas

Frente a la velocidad de comunicación y progresiva complejidad de los mecanismos de información, Teo González, «un artista en proceso», reivindica un tiempo lento con su pintura. Quizás porque sabe, como John Constable, que pintar es una ciencia que debería practicarse como una investigación de las leyes de la naturaleza, «¿Por qué, pues, no ha de considerarse un paisaje como una rama de la filosofía natural, de la que las pinturas son solo experimentos?», se preguntó Constable. En sus pinturas más recientes, Teo González da entrada a la referencialidad de lo natural en el núcleo mismo de la abstracción, sin llegar a tematizarla. Siempre ha sido así en sus obras, aunque ahora haya decidido explicitar esas referencias en los títulos que las nominan -Plains, Hills and Dales-, y mediante una línea recta, o uno o varios arcos, que parecen aludir a horizontes de paisajes naturales aun siendo escenarios de color que exigen de quienes se sitúan ante ellos una mirada profunda, para así sentir el rumor de un tiempo lento en el aroma pictórico de las miles de gotas que se extienden por el espacio de la pintura, exultantes de color, textura y ritmos vibrantes, o quedar hipnotizados por los matices que les dan transparencia y brillo; y, definitivamente, atrapados en el rumor de la incertidumbre de estas inmensas cartografías orgánicas de crecimiento constante e infinito, en las que el orden se conjuga con el azar en una suerte de uniformidad vibrátil de repeticiones y diferencias. Hace tiempo ya que la pintura no está obligada a contar historias sino a describir el mundo, y para ello solo es preciso usar el ojo, aprender a ver.

Aunque cada abstracción sea históricamente específica, existe una corriente común que las anima y en la que la obra de Teo González participa. Son muchos los nombres de artistas, las búsquedas y los hallazgos. Nos quedamos con Agnes Martin, con quien Teo González comparte la idea de que la abstracción es una manera de lograr «no lo que se ve» sino «lo que se sabe para siempre en la mente». Teo González está convencido en la capacidad de la pintura para ver más profundo. Cuanto más profundamente miremos la suya, más profundamente percibiremos la diferencia entre el tiempo de nuestra experiencia y el que se nos impone desde fuera.