De entre sus diarios de trabajo, Teresa Salcedo (Huesca, 1952) eligió algunas de las notas que escribió en noviembre de 2014 para acompañar a sus obras en el proyecto Círculo de tiza (Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, 2017). «... La pintura saldrá de su marco no solo físico, también temporal. Sus resonancias cosidas y articuladas formarán una alfombra infinita enlazando con la palabra escrita... un libro interminable... saldrá la obra de sus límites, actuará plegada, enrollada, envuelta... contaminando lo menos posible [...] funcionando desde sus múltiples registros, mezclando poéticas y tendiendo a representar lo esencial... [...] Será pintura pintada, a veces escultura, otras arquitecturas... un paisaje prestado... ropa tendida y muro blando, maternal donde cobijar tantas injusticias».

En un soporte de madera, Teresa Salcedo tendió pinturas al óleo sobre lino y telas formando rollos, recuperadas de las series principales en las que ha trabajado desde 1998: Tránsitos (1998), Scarabato (2002), Llamas de agua y paisajes (2003), Un paisaje prestado {...} (2010) y Un paisaje prestado. Documentos (2014); además de Vestido para el vuelo (2003) y Un paisaje prestado. Desastres (2008), con el propósito de contar la vida. Siempre le ha interesado hallar la posible línea indefinida que perpetúe la memoria. Las preguntas le importan más que las respuestas, sabedora, como es, de la imposibilidad de una narración de la que, no obstante, conviene no perder el hilo. Las ruinas se imponen en el escenario actual y Teresa Salcedo da cuenta de ellas. A Tránsitos, un periodo de inflexión y revisión profunda de textos y trabajos anteriores -cuyos resultados presentó en la galería zaragozana Antonia Puyó-, siguió Scarabato, proyecto que indagó en la doble condición de la persona: ser consigo y ser con los demás, reclamó atención sobre determinados convencionalismos que amenazan la libertad de la mujer y decidió cubrir de luto la secuencia de pinturas, fotografías, objetos e instalaciones, que presentó en la Diputación de Huesca, para denunciar la ocupación ilegal de Irak. En 2004 comenzó un ambicioso proyecto: Shakkei [un paisaje prestado] integrado por Paisaje peregrino 1, 2 y 3. El término shakkei alude a la noción de paisaje prestado que supone incorporar en el diseño de un jardín un escenario distante, que siempre ha de ser variable y relevante. La tensión plástica y emocional que se escenifica en la relación entre ambos planos está presente en la obra de Salcedo, así como también la derivada de los encuadres de escisión propios de la pintura del Romanticismo, con el ánimo de penetrar en los silencios y las incertidumbres que amenazan la convivencia. La incomunicación le obsesiona hasta el punto de convertirla en el tema de sus paisajes emocionales, habitados sólo por pájaros ensimismados en la contemplación de una naturaleza llena de presagios. Todo aparece envuelto en brumas en esta serie de pinturas, el color se aferra sutilmente para dibujar con certeza impredecible una rama quebradiza, el vértigo de las gargantas, la muralla rocosa que es la espalda del peregrino, la plenitud inhóspita de las plantaciones de árboles, el reflejo de las aguas o la nostalgia del abismo. En Silencio peregrino 2, la etapa intermedia del viaje, Salcedo construyó en la sala Juana Francés -coincidiendo con la exposición Silencio peregrino 1, en la galería A del Arte-, una enorme estructura cerrada de hierro de la que colgaban, en el espacio creado en su interior, siete pinturas cuya visión era casi imposible. Burka para Shakkei, era el título de la instalación. A los cuadros vueltos del revés y enmudecidos, como tantas obras de mujeres, acompañaban treinta y cinco más una Alas prestadas. Alas pintadas al óleo sobre algodón en cuyo reverso esconden una inscripción con el nombre de otras tantas mujeres artistas a las que Teresa Salcedo homenajeó. Alas para la imaginación y el pensamiento libre.

La amplia secuencia de Documentos, que presentó en la galería A del Arte, fue una síntesis de lo realizado y avance de lo que todavía está por hacer. Una característica japonesa, escribió Martín Casariego en su introducción al libro Lo bello y lo triste de Yasunari Kawata, es dejar las historias inconclusas, o semiocultas por las sombras. Tanizaki en El elogio de la sombra busca «hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo». Las sombras envuelven las obras de Teresa Salcedo. Todo queda en ellas suspendido en la precariedad del existir, sin que nada ocurra excepto un tenso equilibrio entre la vida y la muerte, atravesado por la fragilidad de las cosas, la soledad, la ruptura, la renuncia, la nostalgia, el deseo, la melancolía... como sugieren las visiones profundas y esenciales de horizontes vaciados, los árboles, pájaros, jaulas, aguas estancadas, lagos y mares. Y las flores.

Cada día Teresa Salcedo pinta un cuadro y escribe en su diario. Tanto por hacer. Si bien, más que avanzar atropelladamente al ritmo de propuestas externas, Salcedo se toma su tiempo para reflexionar sobre lo realizado. Son los periodos de tránsito, de reflexión y puesta en orden, tan eficaces para continuar. En la actualidad le ocupa la organización del trabajo realizado entre 1973 y 1984. Años de fuerte compromiso social y político, obras rabiosas que conjugó con la experimentación simbólica, sígnica y alegórica del ángulo; una investigación continuada, en los años siguientes, con estudios sobre la sensación física y presencia mágica del Románico. Estadios previos a su propósito de designar un lugar, que hizo posible durante su intervención visual en la iglesia de San Miguel de Alquézar (1988-1994).

En dos paquetes Teresa Salcedo ha plegado y cosido apuntes y rollos de pinturas especialmente significativos que realizó cuando empezaba. Ha querido recuperar entre lo esencial, y siempre con el ánimo de contaminar lo menos posible, su primera paleta de pintora de caballete. Para avanzar.