Desde su estreno en el último festival de Sundance, acompaña a Hereditary, debut en el largo de Ari Aster, una fama de película imposiblemente aterradora. Por una vez, créanse el hype: van a pasarlo mal. Sobre todo si entienden el terror no como simple colección de sustos y más como un género que puede arrastrarnos a las zonas abisales de la condición humana.

Para su director y guionista, este gran estreno de la semana es, primero, drama familiar, y terror después, sin que eso signifique que el autor reniegue del género. «Sobre todo hacia el final, es claramente terrorífica», me explica Aster en una charla telefónica. «Pero he de decir que la idea original era hacer un drama. Diría que la película tiene aún más influencias del melodrama doméstico que del terror».

Sin embargo, el mal late en la película desde los primeros momentos, cuando vemos a la familia protagonista lidiar con la muerte de una yaya inquietante. Esa pérdida dispara la pesadilla: una espiral lenta pero implacable de duelo, locura y posesión. Antes incluso de abrazar claramente el horror, Aster sabe inocular un estado de ansiedad en el público a base de combinar trávelins suaves con transiciones bruscas, o filmar violencia en plano fijo. Por no hablar de cierto sonido (cluc) que volverá locos a los misófonos.

A Aster le gusta hablar de la lógica de la pesadilla: «Describo mi película como una meditación sobre el trauma y el luto que se mueve por esa lógica. Lo que más me atraía de enmarcarla en el terror era poder ser extraño, subjetivo o impredecible sin que nadie se quejara. Si persigues esa clase de aura en un drama, enseguida te tacharán de pretencioso o demasiado experimental».

Hasta la fecha, Aster no había tocado el terror puro. En sus aplaudidos cortos buscaba la turbación desde otros ángulos, como la sátira, el retrato cruel y la psicogeografía deprimente. Pero el género siempre ha formado parte de su dieta cultural. En particular, el de los 60 y los 70. «El giro que hay a la media hora de película es como mi escena de la ducha de Psicosis. Se trataba de honrar la tradición del género sin robar». Misión lograda, porque la sensación que uno tiene viendo Hereditary es la de ver nacer a un director realmente original.

Una influencia poco reconocible es la del director de cine social británico Mike Leigh. «¡Es quizá mi autor favorito! Me fascina su forma de trabajar, que es imposible de copiar, porque necesitas muchos recursos. Organiza meses de improvisaciones durante los cuales los actores construyen los personajes junto a él. De ahí la humanidad y riqueza de su trabajo]».

Los actores de Hereditary no necesitaron meses para cargar de tensa vida a sus personajes. Milly Shapiro, la hija, es inolvidable. Alex Wolff, el hijo, consigue que le perdonemos Death note en dos minutos. Toni Collette, la madre, estalla en extremos, pasando de la expresividad desatada a miradas vacías que casi dan más miedo. Gabriel Byrne es pura humanidad y empatía, puro Gabriel Byrne. Si estos actores no entran en la pugna del Oscar por estar sirviendo al terror, el mundo no tiene remedio.