Aunque ya había rodado un eficaz thriller de vigilante clandestino, Sentencia de muerte, había ciertas dudas sobre cómo se defendería James Wan, experto en terror, dentro de los márgenes de la acción pura. También aleteaba sobre esta entrega, arruinando la fiesta, la muerte de Paul Walker durante el rodaje de la película, e inquietaba que hubiera sido resucitado artificialmente en algunas partes. Pero Fast & Furious 7 resultó ser la, quizá, cumbre de la saga hasta la fecha, un espectáculo hiperbólico no exento de fortaleza moral. Ese gran final -los caminos de O’Conner y Toretto se bifurcan, fundido en blanco- parece obra del mejor Clint Eastwood.

Leticia Ortiz (Michelle Rodriguez) regresa de entre los muertos para enfrentarse a puño descubierto con Gina Carano -exestrella de las artes marciales mixtas y heroína de la gloriosa Indomable de Steven Soderbergh- en mitad del metro de Londres. The Rock se suma al clan. Luke Evans da vida a un villano, Owen Shaw, temible como pocos en la franquicia. Vin Diesel propina el que podría ser el mejor cabezazo de la historia. ¿Qué se puede objetar? Simplemente nada: Fast & Furious 6 es una película perfecta, según Lin, bajo la influencia del experto en cine coral Robert Altman; son 13 personajes que administra con maestría y con todos con su dosis de protagonismo.

Cuando el absurdo entra por la puerta, la tristeza salta por la ventana. Y el espectador sin prejuicios solo puede aplaudir por la falta de escrúpulos. Además, Fast & Furious 5 introduce la idea de que cada entrega podría pertenecer a un subgénero diferente: esta es una película de robos en la línea de Ocean’s 11. El Hernan Reyes de Joaquim de Almeida no será el villano más interesante de la saga, pero hay otro enemigo, el agente Hobbs (encarnado por Dwayne Johnson), sobrecargado de carisma. Redondeando la jugada, inesperadas sondas de emoción: véanse las reflexiones sobre paternidad y familia dispersadas por el guion, que no tienen desperdicio.

Regresa el reparto de la película original, con Vin Diesel a la cabeza, pero también, por insistencia de Lin, el personaje de Tokyo Race encarnado por Sung Kang: Han Seoul-Oh, compañero de negocios de Takashi, el villano de aquella. Como (considerado spoiler) moría en esa película, se entiende que la cuarta entrega es una precuela de la primera; la acción de Tokyo Race sucede realmente después de la sexta. Toretto y O’Conner se enfrentan, pero después atan lazos, en una entrega de imaginario rozando la ciencia ficción y banda sonora de reguetón avanzado. La seriedad inicial de la saga empezaba a ceder paso a la autoparodia.

Segundo corto de la serie, Fast & Furious 3.5. Los bandoleros se sitúa entre el final de la primera entrega y el principio de la cuarta. Dicho de otro modo: nos relata en 20 minutos qué ha hecho Toretto (Diesel) desde que O’Conner (Walker) le dejara huir al final de A todo gas. Ambientado en la República Dominicana, con presencia de Michelle Rodríguez, Don Omar y Tego Calderón, el corto (incorporado como extra en algunas ediciones de Blu-ray y DVD) explica las razones de que la cuarta entrega empiece con el gran robo de gasolina a un convoy de camiones a cargo de Toretto y sus colegas. Círculo, por fin, cerrado..

La más extraña de todas las películas de la serie, para muchos la peor, ubicada fuera del tiempo y del espacio: no queda nadie del reparto original, la acción se traslada a Japón y, aunque es la tercera entrega, cronológicamente estaría ubicada entre la sexta y la séptima. Exaltación de la difícil técnica del derrapaje drift, sitúa al joven Sean Boswell (encarna a Lucas Black) en el mundillo de las carreras ilegales de Tokio, entre luces de neón y la siempre inquietante presencia de la yakuza (mafia japonesa). El final ofrece un fabuloso golpe de efecto: la reaparición de Toretto (Diesel) que abría las puertas a su regreso a la serie.

Pese a su éxito en taquilla, la saga perdía al director, Rob Cohen, al protagonista, Vin Diesel (que decidieron crear su propia serie de acción, xXx), a Michelle Rodríguez y Jordana Brewster. Todo el peso recaía, pues, en Paul Walker que, en compañía de Tyrese Gibson y de Eva Mendes, fue capaz de que esta segunda entrega no solo satisficiera la exigencia del fan, sino que también reventara la taquilla, pese a las dudas iniciales. Aquí, el exagente O’Conner, huido de la ley, deberá intentar capturar al despiadado narcotraficante argentino Carter Verona (intepretado por Cole Hauser) para que le sean perdonados sus delitos.

A todo gas fue un inesperado éxito de taquilla: costó 38 millones de dólares, pero recaudó 200 en todo el mundo. En verdad, y visto hoy con perspectiva, la ecuación era imbatible: carisma irresistible de los guapos al volante (Vin Diesel, Paul Walker, Michelle Rodríguez y Jordana Brewster), temazos rap de Ja Rule, DMX y R. Kelly, y, por supuesto, el llamativo y turboalimentado mundo del tuning, con sus cromados, sus derrapajes y sus toneladas de óxido nitroso. En ella, Walker es Brian O’Conner, policía del FBI que se infiltra en el mundillo de las carreras ilegales para intentar acabar con el imperio de Dom Toretto (Diesel).

A todo gas acababa con la huida de Toretto gracias a que el agente O’Conner hacía la vista gorda. Este cortometraje sin diálogos de poco más de seis minutos, publicado como extra en algunas ediciones de DVD, servía de nexo de unión con la inminente secuela, A todo gas 2. En la pieza, un O’Conner en busca y captura por dejar escapar a Toretto viaja desde Los Ángeles por todo el país haciéndose de oro en carreras ilegales. Tras el inevitable pero casto encuentro con una joven que le ayudará a huir de la policía, nuestro héroe llegará a Miami dispuesto a rehacer su vida fuera de la ley, pero no le será nada fácil.