‘DERECHO NATURAL’

Martínez de Pisón

Seix Barral

Novelar la transición es ya una moda. Una moda, me apresuro a añadir, saludable y beneficiosa, sobre todo cuando procede de escritores que vivieron de jóvenes aquel proceso de transformación social y política, como ocurre con Ignacio Martínez de Pisón. En este tipo de novelas, el esfuerzo de construcción del mundo novelesco se nutre en gran medida de la memoria generacional y, en los casos menos dóciles a los tópicos, de una consideración crítica sobre esa misma memoria y sobre aquella época de soliviantos y excitación que ya se puede contemplar con la perspectiva de los 40 años transcurridos.

Pisón reincide en ese periodo al que ha dedicado otras novelas en Derecho natural, y lo hace con estrica fidelidad al registro que ha cultivado y defendido, el de un realismo plural que se sirve del costumbrismo como sustrato al que sobrepone un realismo conductual en el que los diálogos y las acciones de los personajes encauzan los juicios del lector.

Además, no se limita a reconstruir arqueológicamente una época reciente, sino que rescata el aire de una atmósfera social, algo difícil de capturar. En el manejo de este utillaje novelístico clásico, Pisón es un consumado maestro y por eso sus novelas se leen con placer e interés. En cuanto a la urdimbre de sus historias, ha encontrado en las relaciones intrincadas de cualquier familia uno de sus observatorios predilectos, el centro desde el que tender la mirada alrededor y componer el paisaje social y hasta político. Todo ello vuelve a confirmarse en Derecho natural, donde el narrador, Ángel Ortega, evoca 20 años de su vida, desde su infancia en 1967 hasta a la madurez de 1987 o, en otros términos, desde las postrimerías del franquismo hasta la consolidación de la democracia con el segundo Gobierno socialista.

En sentido estricto, no es tanto un relato autobiográfico como familiar, pues cobran una relevancia superior el padre, un actor secundario venido a menos y reconvertido en imitador de Demis Roussos que se pasa la vida huyendo de su mujer e hijos, y también Luisa, la madre, abandonada reiteradamente y resurgida de sus cenizas para hacerse dueña de su futuro.

LA VIDA Y LA SOCIEDAD / La peripecia de cada uno de ellos se entrelaza con el curso de la sociedad española, en el trance de salir de un sistema dictatorial e inventarse un sistema democrático fundado en los principios y garantías de un Estado de derecho. No es casual que Ángel estudie Derecho y que admire a uno de sus profesores, Gregorio Peces Barba y al jurista Norberto Bobbio. Se diría que no hay más argumento que el azaroso devenir de los años, con las espantadas del padre, su desoladora inmadurez y el amor precoz del narrador, a sus 12 años, por Irene, una adolescente de 17, que irá serpenteando a lo largo del tiempo.

Toda la labor técnica de confección de la novela es intachable, pero la pintura del telón de fondo, atenta a no dejarse en el tintero ninguno de los iconos y leitmotivs de la transición (del Dyane 6 a la movida madrileña, del cambio de chaqueta política a la delincuencia juvenil, la ultraderecha o el 23-F...), deja una sugestión de parque temático artificial. El prurito de amueblar el escenario narrativo quizá boicotea el sentido de la novela, apuntado en el título y hecho explícito en el ecuador del libro, la dialéctica entre justicia y derecho.