Con tres poemarios, dos obras de teatro, cuatro libros de cuentos, nueve novelas, dos libros de viajes, y un premio Alfaguara por su obra La invención del amor, José Ovejero es uno de los escritores más polifacéticos del panorama actual. El pasado martes presentó en Zaragoza en la librería Cálamo su nueva novela La seducción, que narra la historia de un escritor frustrado que se ve tentado de ayudar a un joven admirador en una particular venganza.

SEmD<b>Es un escritor que cambia habitualmente de género, novela, cuento, poesía…</b>

—Cambiar de género te hace mirar la realidad de otra manera y además te permite expresar la realidad de una manera distinta, eso enriquece mi experiencia de la realidad y de mi capacidad de expresión, lo hago por eso, no soy ningún coleccionista de géneros. (Ríe)

<b>—Incluso sus novelas presentan estilos radicalmente opuestos.</b>

—Cuando termino una novela y me pongo a escribir otra no me interesa repetir lo que ya he hecho en la anterior, me interesa investigar. Escribir es otra manera de investigar tus armas expresivas y la realidad, por eso siempre he creído que el estilo es una limitación. Yo quiero cambiar de estilo con cada novela.

<b>—Su novela habla sobre la seducción, pero no precisamente sobre su concepción erótica…</b>

—Seducción es un término que con el paso del tiempo ha ido reduciendo su significado, pero yo sigo concibiendo la seducción como un juego en el que te ocultas para conseguir que el otro actúe de una determinada manera. Lo que más me interesa del concepto es ese juego teatral en el que manipulamos al otro, lo estamos viendo continuamente, en publicidad, política, etc. Hoy en día se dice que en política hay que tener carisma ¿Qué es el carisma sino la capacidad de seducir independientemente de tu contenido o de tus actos?

<b>—Y sin embargo, yo diría que lo más interesante de su novela es la perspectiva del seducido…</b>

—La conclusión es que si nos seducen es porque queremos ser seducidos, porque nos gustamos cuando estamos siendo seducidos, cuando el seductor nos mira nos sentimos importantes, somos el centro de su atención y alaba nuestra vanidad. Aunque sabemos que estamos siendo víctima de un engaño.

—Tengo entendido que la novela parte de una historia real…

—Yo estaba en Montevideo tras ganar el premio Alfaguara por La invención del amor, y uno de mis editores me contó la historia de un chaval al que habían pegado una paliza por error. Esa historia se me quedó dando vueltas en la cabeza, no por la paliza en sí, sino porque quería saber cómo había vivido ese chico después. Ese fue el punto de partida, aunque luego todo se me desvió, como siempre me pasa.

<b>—El protagonista de su novela, Ariel, es un escritor desencantado. ¿Hay algo de usted en él?</b>

—Ariel tiene una relación conmigo, pero más lejana de lo que algunos creen. Me he esforzado en que no sea yo, quería dar a un personaje que por sus circunstancias externas se parece a mí una voz completamente distinta a la mía. Fue lo que más me costó, estuve meses y meses intentando encontrar un discurso apropiado para él. En ese sentido no hay más de mí en Ariel que en el resto de personajes de la novela.

<b>—Un tema que acompaña a los protagonistas durante toda su novela es la violencia.</b>

-Me llama mucho la atención que me pregunten por la violencia, ya que en mis novelas no hay ni torturas ni asesinatos, pero sin embargo está ahí, no de una manera explícita, pero a punto de estallar. Me interesa la violencia porque es uno de esos temas donde se niega la verdad. Si usted pregunta a la gente por la calle, todos están en contra de la violencia, pero es mentira, todos estamos a favor de algún tipo de violencia en una situación determinada. Cuando tenemos miedo fantaseamos con la figura del otro, ¿Por qué nos odia?, ¿por qué nos quiere atacar? Todos hemos fantaseado con romperle la cabeza a alguien, yo lo he hecho muchas veces, y cada vez que lo hago me doy cuenta de que ha sido porque he tenido miedo. Imaginarnos al otro lleva a justificar nuestra violencia. Ahora con el terrorismo yihadista esto está a la orden del día.

<b>—Es curioso que consiga hablar de todo eso sin mostrar la violencia de forma explícita.</b>

—A veces se dice que hay que mostrar los sesos, tiene algo de catárquico, nos libera. Pero yo no quiero liberar a los lectores, yo quiero que vean dónde estamos, plantearles situaciones incómodas y no facilitarles la salida del desasosiego. Mis novelas no son una enseñanza, son un diálogo, una manera de poder decirle al lector «mira, he visto esto, ¿qué te parece?».

—En algunos momentos del libro Ariel critica la literatura juvenil. ¿Qué opinión tiene de ella?

­—Ariel es aquello en lo que no me quiero convertir, un viejo amargado que echa pestes de las nuevas generaciones sin conocerlas en absoluto. Es una tendencia que se arrastra desde el inicio de los tiempos y que funciona de manera recíproca. Por mi parte, intento leer a autores más jóvenes que yo, eso te saca de tu manera de ver el mundo, de tus vicios, de tus hábitos creados, y finalmente te sirve para aprender, que es lo más importante.

—¿Puede hablarnos de sus futuros proyectos?

—Tengo preparados un libro de cuentos y otro de poemas, y acabo de terminar de grabar un documental. En el futuro me gustaría romper con una concepción que he tenido siempre, que es que una novela no sirve para mostrar la realidad del presente. Voy a ver si pongo a prueba ese dogma. La novela se llamaría Revolución, y tengo la primera escena: un padre habla con su hijo, preocupado porque su hija, que está metida en varios movimientos anarquistas, lleva varios días sin pasar por casa, y hasta aquí puedo leer.