INTERPRETES: Orquesta Sinfónica de Odense, Nina Pavlovski, Tamas Vetö

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Lunes, 25 de octubre

ASISTENCIA: Lleno

El valor principal de la velada de ayer, segunda de la Temporada de Otoño, residía en la infinita calidad de la selección musical, una de las más originales y bellas del año. La Sinfónica de Odense es una orquesta competente y, en sus momentos, mucho más. Que no llegue a la excelencia en toda situación estaba compensado ampliamente por un programa excepcional, técnicamente difícil y presentado con toda solvencia.

Si en su visita anterior, hará un par de años, los de Odense nos regalaron una muy notable Sinfonía inextinguible de Nielsen, el más grande compositor danés, ayer volvían a la carga con la vital y enérgica Sinfonia espansiva (así, en italiano) del mismo autor. El veterano Tamás Vetö estuvo en el podio controlando una versión firme y contundente de esta sinfonía, obteniendo prestaciones sorprendentes del conjunto de metales (me pongo verde de envidia cuando escucho orquestas así de ciudades tan poco relevantes; y aquí a dos velas) y, en general, de la orquesta. Fue una auténtica maravilla.

Esto ocurría en la segunda parte. La primera se había iniciado con las entretenidas Danzas de Galánta de Kodály, un tour de force orquestal, repleto de esa explosiva vitalidad del folclore zíngaro. Y de complicaciones sin fin para los solistas de vientos y el grueso de las cuerdas.

El punto más emocionante (y da ganas de escribirlo con todas las letras mayúsculas) lo constituyeron las hiperrománticas y líricas Cuatro últimas canciones de Richard Strauss, un puro milagro de inspiración. La soprano ruso-danesa Nina Pavlovski desarrolló una lectura muy acertada y afinada de la obra, aunque falta de volumen sonoro en los graves, sea por escasez de potencia o porque la densa orquestación de Strauss (más que una orquesta emplea un orquestón) exige que el director aplaque un poquito más a sus huestes. Me dan igual los defectos: llegó Beim Schlafengehen y se me puso la carne de gallina, como cada vez que escucho esta canción. ¿Es posible imaginar algo tan, tan bello?

Por cierto, la soprano mencionada y el valorado tenor danés Poul Elming (un gran wagneriano de la pasada década) tuvieron un pequeño momento de gloria en el Andante pastorale de la sinfonía de Nielsen. Tras ella, la orquesta se embarcó en dos propinas animadas y un punto triviales. A mi me quitaron el buen gusto, pero su desenfado y brillantez calaron sin duda.