Hoy no puede comprar en el mercado. Pues para muchos zaragozanos el mercado es el Central, el Lanuza, ubicado en un histórico edificio cuya reforma comenzará en breve.

No obstante, cuando lea la próxima columna, podrá -casi deberá- seguir comprando a muchos de sus habituales, ya que el jueves se inauguran las instalaciones provisionales, de las que ya querrían presumir muchos de los mercados privados que malviven por el resto de la ciudad.

Los mercados suelen definir las ciudades y para muchos es una de las paradas imprescindibles cuando se viaja. El nuestro fue regulador de precios durante muchos años, mas con la llegada de las cadenas de supermercados, hace décadas, perdió su función para sumergirse en un limbo.

Pues tan bello edificio albergaba mayormente puestos dedicados al suministro de su entorno más cercano, ajustando calidades y precios, con una mínima proyección hacia el resto de la ciudad. No era una boquería aunque sí algo tan bello y bullicioso como ella.

Esperemos que el nuevo proyecto, bien diseñado sobre el papel; la llegada de nuevos operadores, jóvenes y dinámicos; y la actualización de los clásicos, junto con el apoyo municipal, lo conviertan en un mercado moderno. Capaz de atender al entorno, por supuesto, pero también de ofrecer los productos más selectos y minoritarios.

Con servicios modernos, reparto a domicilio, uso de nuevas tecnologías, servicios hosteleros consecuentes, puestos diferenciados. Con un atractivo que haga que los crecientes aficionados a la gastronomía y muchos cocineros deban inexorablemente comprar allí, lo que hasta ahora no sucedía. Y sí pasaba en la boquería.

Donde se vendan desde crestas de gallo hasta las patatas más baratas, condimentos coreanos y borrajas recién cogidas. Donde nos enseñen a comprar y ellos también aprendan. Un mercado vivo, de los pocos que pueden presumir del lujo de tener el tranvía a la puerta de casa.