Hay festivales y festivales; eventos musicales en los que lo único que cuenta es llenar a cualquier precio recintos para 80.000 personas, y convocatorias musicales que buscan que el espectador disfrute sin agobios de una oferta musical atractiva. Pirineos Sur, que este año celebra su vigésimo séptima edición, es de los segundos. Cuando menos de momento. Sí, ya sabemos que de ver en cuando hay en el Pirineo tormentas del carajo de la vela que pueden arruinar la velada, pero en muy pocas ocasiones ha tenido que suspenderse un concierto por ese motivo. Poner a la organización y al público de los nervios, sí, pero suspender, apenas.

El fin de semana pasado Pirineos Sur abrió sus puertas (o sus aguas de Lanuza, todo un milagro) para ofrecer una programación de inicio de alto voltaje artístico trufada con algunos efectos especiales atmosféricos, pero desarrollada finalmente con normalidad. Rubén Blades y Los Mirlos actuaron el sábado; Batuk y Seun Kuti lo hicieron el sábado, y Baloji, el domingo. Con él empezamos el resumen.

Elegante como buen sapeur congoleño (residente en Bélgica), reformulador del soukous o rumba de su país, y gran mago de la africanía transculturada, Baloji es un hechicero del siglo XXI que elabora con vigor y talento sus rituales de directo. En él confluyen la tradición y el rap, el funk y el afrobeat y los ritmos sintéticos bailables. El domingo, en Sallent, facturó un concierto que comenzó frío y algo renqueante y fue adquiriendo calor y ritmo según avanzaba. Revisó, entre otras, canciones de Kinshasa Succursale, su segundo álbum (Nazogui Ndako, Le cours populaire), de 137 Avenue Kaniama, su disco más reciente (Bipolaire, Tropisme Star Up, Peau de chagrin) y de 64 Bits & Malachite, el Ep que publicó en el tiempo que pasó entre ambas grabaciones (Fini, Spoiler, Unité & Litre). Baloji es el mejor paradigma de la vitalidad de la música del África subsahariana y de su evolución sonora.

GOZOSO PANAFRICANISMO

Batuk abrió el sábado en Lanuza una velada que cerró Seun Kuti. El dúo sudafricano, acompañado por un percusionista, revolucionó hasta a las carpas del pantano (si es que las hay). Su oferta es un gozoso panafricanismo de la era de twiter, que lo mismo envuelve sintéticamente los meneos de Angola y Mozambique con canciones de Musica da terra, su primer disco, que desarrolla con garbo esa mezcla de bajos profundos llamada kuaito, soberbia combinación de rap, afro house y soul, recogida en Kasi Royale, su segunda entrega discográfica. Manteiga, la cantante del combo es una sirena sin cola que baila y canta sin desmayo, y Spoek Mathambo, Dj y productor lanza los ritmos flechas.

Seun Kuti, por su parte, hijo de su padre el gran Fela (es decir, el mejor administrador del concepto del afrobeat, su creación), es animal de escena y músico completo: canta y toca el saxo y los teclados. Como Batuk, es la segunda vez que actuaba en Pirineos Sur y bordó su concierto. Jugó con todas las tonalidades del afrobeat, gestionó con talento los tempos, las influencias y los largos desarrollos instrumentales, y se paseó por el escenario como una gacela. Su grupo (que fue de su progenitor) Egypy 80 sonó convincente, y Seun armó un repertorio con piezas de Black Times, su disco más reciente (de Kuku Kee Me a Theory And The Goat And Yam, pasando por Last Revolutionary, African Dream y Corporated Public Control Department) y una canción de Fela: Pansa. Echamos en falta, eso sí, un sonido algo más redondo.

Y en eso llegó Rubén. Blades, o sea, el sábado, con la grandísima (en número y en calidad) orquesta de Roberto Delgado para anunciarnos que estaba a punto de cumplir 70 (ayer los hizo) y que definitivamente deja las giras de salsa. También vino para ofrecer uno de los conciertos más sobresalientes y completos que le hemos visto y oído (y han sido unos cuantos), con un repertorio excelente (Caminando, Decisiones, Arayué -homenaje a Ray Barreto-, Ojos de perro azul, Amor y control, Ligia Elena, El cantante -tributo a Héctor Lavoe-, Todos vuelven, Las cuentas del alma, un singularísimo Pedro Navaja, Maestra vida y dos en inglés, What Happened y The Way You Look Tonight, en las que se mostró como un crooner excepcional del que Sinatra estaría orgulloso) y una forma vocal espléndida.

Rubén y la orquesta, la orquesta y Rubén: de la salsa al jazz latino, pasando por los arreglos de la época dorada de las grandes bandas. Un artista que brilló en múltiples registros y tal vez anticipó su futuro más allá de los parámetros rigurosamente salseros. Claro que, en realidad rigurosamente salsero no ha sido nunca; Rubén es, además de un gran contador de historias, un incansable buscador de estímulos sonoros y un inagotable traficante de emociones. Pirineos Sur fue testigo privilegiado del talento ese artista inmarcesible.

Y tras Rubén Blades, llegó una entretenida sesión de cumbia amazónica peruana (o chicha, si lo prefieren), con se histórico grupo llamado Los Mirlos. Hicieron bailar al público, aunque los tenían crudo. Son mirlos, sí, pero actuaban después del gran ruiseñor. ¡Tela!