Ha quedado escrito en alguna parte que el estadounidense Thomas Page McBee fue el primer boxeador transexual en subir al ring del Madison Square Garden, en Nueva York, suelo sagrado de un deporte asociado a uno de los aspectos controvertidos de la masculinidad tradicional: la violencia. Ocurrió a finales del 2015. Habían pasado tres años desde que había recibido el documento de identidad que certificaba oficialmente su condición de hombre, el final, como dice él mismo, de la «transición»: había nacido mujer pero nunca se había sentido tal, y a los 27 años había emprendido un largo tratamiento para, en últimas, poder mirarse al espejo y reconocerse. La Administración legitimaba su condición masculina, pero aún faltaba la mitad del proceso, pues McBee quería ir más allá y decidir la clase de hombre que iba a ser. Por eso acabó boxeando. Lo cuenta todo en Un hombre de verdad (Temas de hoy).

«Me ocurrieron muchas cosas cuando hice la transición. En casa no había nada en lo que pensar, simplemente era feliz. Pero cuando salía a la calle, la manera como el mundo me trataba no era lo que yo esperaba, en absoluto. Por un lado estaban los privilegios: puedo caminar solo de noche, mi carrera despega, consigo ascensos más fácilmente. Pero por otro lado… No sé: la gente no estaba cómoda si yo estaba triste, por ejemplo. Mi madre murió, y si estaba triste, la gente a mi alrededor estaba incómoda, pero si estaba enfadado, eso estaba bien».

Periodista de profesión, McBee había escrito artículos sobre la crisis de la masculinidad en EEUU tras la recesión, y uno de los extremos que más le llamaban la atención era que los hombres estaban muriendo de soledad. «Simplemente porque no podían pedir ayuda. Eso en EEUU es parte de la masculinidad, no pides ayuda. Antes te matas». Un hombre incapaz de pedir ayuda no era lo que él quería ser.

En uno de esos paseos por la calle, el nuevo McBee se enfrentó desconcertado a un episodio prototípicamente masculino: un conato de pelea. Lo relata con detalle en el libro, ya que es capital: de verse a punto de llegar a las manos en plena calle con un desconocido nació la reflexión que acabó por llevarlo a un ring. «¿Por qué estaba ese tipo intentado pelear conmigo?, me preguntaba. Nadie nunca había intentado pelear conmigo antes de la transición, así que decidí empezar por ahí, dado que era lo más chocante que me había ocurrido. ¿Por qué los hombres pelean? De modo que pensé: si puedo empezar a resolver mis dudas con esta pregunta clara, entonces podré responder a todas las preguntas que me están surgiendo».

«Eso fue lo que me llevó, dos meses después -escribe en el libro-, a hervir un protector bucal en mi cocina, preparándolo para mi mordida». McBee había decidido entender al hombre del siglo XXI entendiendo un ingrediente primitivo de la masculinidad: la violencia.

«No pensaba que yo fuera mejor que él. Solo pensé: no quiero acabar de esta manera. Porque no es que él intentara pelear conmigo y yo me diera la vuelta: yo estaba listo para pelear con él. Ese es el tema. Así que pensé: no hay ninguna diferencia entre él y yo. La única diferencia es que yo pensaba: qué coño está pasando. Yo quería entenderlo, y pensé que si satisfacía esa curiosidad podría convertirme en la clase de hombre que quería ser».

Desde su posición privilegiada, McBee ha construido una reflexión sobre lo que significa ser hombre en este siglo. ¿Habría sido un hombre más ajustado al tópico de haber acometido su transición en otra época? «Me gustaría pensar que en cualquier caso sería la clase de persona que cuestiona las cosas que no tienen y trata de vivir una vida auténtica. Esta clase de personas han existido en todas las épocas. Siempre hay alguien que dice: quiero ser parte de la humanidad pero también quiero ser una persona en mis términos. Es un camino difícil de transitar, pero creo que ese es el trabajo de ser humano».

McBee peleó en un combate benéfico a tres asaltos. Perdió. Pero eso era lo de menos.