Con una cita de Goethe se abre Alumbres, el poemario con el que Ángel Gracia obtuvo el premio Santa Isabel de Portugal en su última edición, y que ahora publica la Diputación de Zaragoza en su colección Veruela de poesía. La mención escogida no es sin embargo un fragmento poético del autor alemán, sino que pertenece --o por lo menos así lo parece-- a sus escritos científicos. Y al igual que Goethe dedicó un ensayo a la teoría del color, podría decirse que el de Ángel Gracia es un tratado sobre la luz.

Juega el autor en el título --y no es la única vez que lo hace en el libro-- con el significado y la evocación de las palabras, y pueden entenderse esos alumbres como alumbramientos, como destellos en los que asoma una luz poderosa. «Nada existe / hasta que la luz lo dice», sentencia uno de los primeros poemas. Así se va desvelando la misma naturaleza de la luz, capaz de resplandecer pero también de cegar.

Pero aunque el punto de partida del libro sea su propia presencia física, lo mismo que en la fábrica de alumbres que visitaba Goethe, el sentido de los poemas se va trasladando hacia otras regiones que podrían considerarse más simbólicas y en donde la luz, sin perder su fuerza deslumbrante hasta la herida, va descubriendo también zonas de sombra, sin las cuales por cierto quizá no existiera. De este modo, la vida y la muerte, con esa luz que tanto crea como destruye habitando esa región intermedia, se va asomando por los versos de exacta concentración que propone el autor.

Es este otro de los temas que aparece en Alumbres, sobre todo al final del libro: la tensión de la escritura, ese duelo entre creación y anulamiento, y que se nombra como no podía ser de otra forma a la luz de la gran protagonista del poemario: «Escribir es borrarme, / ser llama que alumbra otra llama. / Es arder de estrella en estrella, / hasta extinguirme solo».