Con objetivo de exponer un oficio ya casi perdido, el Taller Escuela de Cerámica de Muel inició ayer su periodo de tres días de puertas abiertas. Tres días en los que el centro acogerá a cualquier tipo de visitante proponiéndole la realización de diversos talleres manuales.

Unos talleres que, como no podría ser de otra manera, comenzaron ayer con una pequeña demostración de torno a cargo del director del centro, Juan Antonio Jiménez Fraca, que se encargó de explicar algunos de los conceptos básicos del proceso de manufacturación. «Todo depende de la posición de las manos, al final moldear cerámica es como bailar, hay que sujetar con firmeza y a la vez delicadeza la arcilla para no perder el control sobre ella» explica Fraca ante un público embelesado, que cámara en mano se apresura a inmortalizar los hábiles movimientos del maestro alfarero. Fraca se humedece constantemente las manos para suavizar la fricción de sus dedos contra la masa cerámica, y después de unos pocos minutos de demostración, utiliza un hilo para seccionar limpia y quirúrgicamente la base de la pieza de la superficie del torno. El resultado es una vasija de volumen perfecto a la que le espera una larga estancia en el horno a 1.050 grados, para después pasar por un baño de esmalte y volver al horno rebajando la temperatura hasta los 780 grados.

Moldear y decorar

Los primeros valientes, especialmente niños, no tardan en tratar de imitar al alfarero, agarran sus pedazos de masilla y comienzan a moldear con las manos ayudados de pequeños instrumentos como cuchillos, espátulas y punzones. El objetivo es moldear la cara de un payaso, aunque muchos se cansan pronto y se lanzan a los múltiples tornos que el taller tiene dispuestos en la sala para realizar sus jarrones, tazas y cuencos. Pronto se dan cuenta de no todo es tan fácil como parece, y muchos de los trabajadores del centro tienen que echar una mano para salvar la pieza, pero a pesar de los cuestionables resultados, la diversión está asegurada. Otros parecen pillar el tranquillo a la técnica, y después de acabar de moldear su vasija se atreven a realizar pequeñas incisiones con palillos en la superficie aún blanda de la pieza con el objetivo de que su pequeña obra de arte tenga un relieve decorativo.

Fuego, tierra, agua y aire

Sin embargo, el centro aún se guarda un as en la manga para sorprender a sus visitantes, y es que en las instalaciones exteriores los trabajadores preparan dos hornos para la cocción de piezas de cerámica raku. Estos hornos presentan un capuchón metálico que se levanta verticalmente gracias a unas poleas. El objetivo de este método de apertura tan poco habitual es, según la ceramista María Asunción Estrada, «evitar el golpe de calor que se obtiene con la puerta frontal de un horno tradicional». Y es que la cerámica raku precisa de un proceso de cocción muy rápido a temperaturas de casi 1.000 grados, razón por la cual Estrada se cubre con chaqueta, guantes y gafas ignifugas. Tras unos pocos minutos, las piezas se retiran del horno para ser arrojadas a unos recipientes llenos de viruta de papel que son posteriormente cubiertos con una tapa metálica, ahogando la combustión y obligando al fuego a consumir el oxígeno presente en el óxido de cobre. «De este modo conseguimos que los tonos turquesa se tornen rojos» explica Estrada, que tras unos minutos vuelve a extraer la pieza para finalmente sumergirla en un gran pozal de agua. «Es un proceso de origen japones que nace en la ceremonia del té, la traducción literal de raku es felicidad explicó la ceramista.