Marian Izaguirre ha vuelto a Trieste para hacer el ejercicio de sobreponer como en papel de calco sobre la realidad las imágenes y los episodios de su nueva novela Los pasos que nos separan que su imaginación creó gracias a la fascinación que le produjeron dos visitas a la ciudad italiana. En 1920, justo el año en que James Joyce, su más ilustre visitante, se despedía definitivamente del lugar, Izaguirre, autora de Bilbao aunque ahora vive a caballo entre Madrid y Barcelona, sitúa en Trieste a Salvador, un aprendiz de escultor que vive un amor ilícito con Edita, una mujer eslovena casada y madre de una niña. Son figuras de un paisaje de frontera convulso que fue parte del imperio austrohúngaro y que luego, tras la primera guerra mundial, sufrió una italianización forzada por el nacionalismo creciente que desembocaría en el ascenso de Mussolini.

Personal álbum de cromos

La autora, superventas gracias a La vida cuando era nuestra, su anterior novela, se pasea por la ciudad componiendo su personal álbum de cromos. Allí, cerca de la Piazza della Unità, está la casa de Edita, colindante con la Iglesia donde su enamorado le dio el primer beso y algo más lejos el Narodni Dom, la casa del pueblo esloveno en Trieste, destruida en un atentado, y el Giardino Publico, epicentro de las citas amorosas. "Trieste ha una scontrosa grazia" (una gracia arisca), definía Umberto Saba, el gran poeta de la ciudad. "Trieste es una ciudad con puerto y entonces contaba con dos lazaretos, donde los infectados de los barcos pasaban la cuarentena. También, un barrio miserable cargado de prostíbulos --por cierto, muy visitados por Joyce--, donde se hacinaban los hijos sin padre. Eso no sale directamente en la novela, aunque permanezca su perfume", explica Izaguirre, que en la obra establece un paralelismo con la portuaria Barcelona. Y es que la novela tiene una trama más que se desarrolla en la capital catalana en los 70, los de la liberación sexual.

Niega que las suyas sean novelas tristes, "porque la felicidad es saber gobernar las cosas malas que te ocurren", algo que sus personajes aprenden con su propia experiencia y la de los demás. Mientras Izaguirre escribía esta historia, la televisión y los periódicos le devolvían la ley Gallardón, que ella deplora. Pero la ficción tiene sus reglas y ella quiso mantenerse al margen de la actualidad para que sus personajes pudieran elegir libremente. Porque el gran tema de fondo de la novela es la maternidad. Ella misma es una madre feliz pero no soporta la versión unilateral de la maternidad como algo edulcorado. "Me molesta que no se hable de su cara oculta, estoy harta de que se estigmatice a la mujer que ha decidido no tener hijos". De ahí que una de las claves de la novela sea un cuadro, sosias de la famosa Anunciación de Antonello da Mesina: "Quise imaginar a una Virgen sorprendida diciéndole al ángel: 'Déjame, qué me estás contando'. Y que ella fuera una mujer de verdad, sin falsos idealismos".