Encontrar ese tesoro que se andaba buscando, ese libro que uno leía de pequeño y del que se había perdido la pista, esos mapas ya desfasados o esos textos que uno no se cansa de leer una y otra vez. Solo hay que rebuscar entre las casetas de la XV edición de la Feria del Libro Viejo y Antiguo, que desde ayer y hasta el 14 de abril ocupan una de las aceras de la plaza de Aragón.

«Es un buen sitio, por el que pasa mucha gente», aseguró ayer Pablo Parra, presidente de la asociación Alvada (Asociación de libreros de viejo y antiguo de Aragón), organizadora de la cita.

El catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Zaragoza, Túa Blesa, admirador de los libreros de viejo aunque «no coleccionista», fue el encargado de inaugurar la feria con un pregón, que no leyó como es habitual sino del que fue hablando inspirado por el ambiente bibliófilo y por las líneas escritas de antemano. Escuchándole con atención, además de los responsables de las casetas, Nacho Escuín, director general de Cultura del Gobierno de Aragón; y Fernando Rivarés, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza. Blesa reconoció que no entiende muy bien «la diferencia entre viejo y antiguo» aunque sabe a qué se refiere.

LUGAR DE ENCUENTRO

La feria sirve para «rescatar los libros del olvido» y propiciar el encuentro entre dos grupos, «los libreros» y los que buscan esas publicaciones para que «no acaben siendo cartón o pasta de papel».

El discurso trató de dos vertientes. Por un lado, el origen de la palabra libro, que viene del latín liber, que ha derivado «en libelo»; pero esa raíz centroeuropea también ha llevado hacia ese lub-ro (hoja o corteza de un vegetal), luibh (en irlandés, hierba) o lub-gort (también en irlandés, jardín), jardín o «lugar propicio para el idilio o como un laberinto donde perdernos», señaló; pero también puede ser lyf (antiguo islandés), que hace referencia a las «propiedades curativas de las plantas» o lybb, en inglés antiguo, que viene a ser «mágico», como un libro que «produce placer» si está bien editado; para concluir que también libro resuena a «libre», aunque no provengan de la misma matriz.

Por otro lado, Túa Blesa dedicó sus pablabras a la segunda vida de los libros, que no es la que le dan los libreros de viejo ni los bibliófilos, sino que hace referencia a «cómo los artistas lo utilizan como pieza artística», aunque reconoció que quizá a los «amantes del libro nos les haga gracia y lo consideren un sacrilegio». El, sin embargo, considera interesante esta percepción puesto que «en ese momento el libro deja de ser libro para ser arte, incluso a través de la destrucción y eso nos alerta sobre la destrucción del libro real, ya no convirtiéndose en arte si no en basura». Como ejemplo, las obras de Alicia Martín o Brian Dettmer, señaló Túa Blesa.

Por eso, invitó a todos los amantes de los textos a «encontrar ese que estaban esperando. Y si lo encuentra a buen precio, miel sobre hojuelas», porque en los «libros encontramos la vida y ahí nos encontramos todos».

Y es en la plaza de Aragón donde las librerías Prólogo, Luces de Bohemia, Russafa, Maestro Gozalbo, García Prieto, Epopeya, Asilo del libro, Hallazgo, Libros con historia, Altosal, El Cárabo y Libros del rescate ofrecen esas joyas que uno busca, desde publicaciones de viajes a narrativa española pasando por la policial, erótica, pero también postales, fotografía antigua, carteles de cine, programas de mano, mapas, planos, grabados, álbumes de cromos y libros escolares, esos que a cada uno nos enseñó a amar el lenguaje y la literatura, la palabra y por tanto, también los libros.