Desde que tuvo lugar el crimen de Sarajevo el 28 de junio de 1914 hasta que Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, el 28 de julio, transcurrió un mes. ¿Qué sucedió en ese tiempo para que el conflicto estallara? La respuesta radica en que Viena, antes de enfrentarse a Belgrado, quiso asegurarse el apoyo de Berlín (por temor a que Moscú acudiera en auxilio de Serbia). Una vez el káiser Guillermo II lo garantizó, Viena amenazó al Gobierno serbio con un ultimátum que precipitó la contienda.

Austria-Hungría se jugaba mucho en verano de 1914. Tras perder territorios al crearse Italia y Alemania, Serbia ahora atraía a sus súbditos eslavos y ofrecía un modelo a imitar a otras minorías. Su imperio podía desintegrarse como el otomano y Berlín quería evitarlo a toda costa, pues Viena era su único aliado de peso, ya que Roma (su otro socio en la Triple Alianza) no era de fiar, como pronto se vería.

Así las cosas, Austria obtuvo un cheque en blanco de Alemania para actuar, pues el canciller germano Theobald von Bethmann manifestó que su país apoyaría cualquier decisión que se tomara. Con este aval Viena envió el citado ultimátum al Ejecutivo de Belgrado el 23 de julio y le dio 48 horas para contestarlo. El texto señalaba las condiciones que debían cumplirse para evitar la guerra y dos de ellas violaban la soberanía de Serbia: esta debía aceptar que organismos de Viena participaran en la investigación del crimen de Sarajevo y trabajaran para erradicar discursos contra Austria.

A la matanza con euforia

Moscú anunció entonces "medidas enérgicas" para proteger a Belgrado, incluyendo movilizar a su Ejército. Con este apoyo Serbia rechazó las imposiciones de Viena el 25 de julio, y el 28 Austria-Hungría les declaró la guerra. Ello tuvo un efecto dominó: el día 30 el zar movilizó a sus tropas, el 1 de agosto el káiser siguió su ejemplo y Francia lo hizo al día siguiente. Alemania siguió entonces el llamado Plan Schlieffen, que preveía una derrota rápida de Francia avanzando desde Bélgica. Pero su invasión de este país el 3 de agosto provocó la deserción de Italia como aliado (Roma afirmó que la agresión la eximía de sus obligaciones) y la entrada en guerra de Gran Bretaña. ¿La razón? Como señala Michael Howard, desde el siglo XVI era "un artículo de fe" británico impedir que Bélgica cayese "en manos hostiles".

El conflicto se extendió por Europa en un clima de euforia, pues ambos bandos creían que la guerra sería breve, si bien algunos dirigentes atisbaron el negro futuro. Así, la noche que Gran Bretaña declaró la guerra, su ministro de Exteriores Edward Grey fue profético: "Se están apagando las luces de toda Europa, y no vamos a volverlas brillar en nuestra vida". Igualmente, el general alemán Helmuth J. von Moltke, en una carta a su canciller, calificó el conflicto de ñguerra mundialO y afirmó que las naciones se despedazarían y destruirían "durante décadas la civilización en casi toda Europa".

En suma, como señala la historiadora Margaret MacMillan, ñlos líderes de Europa fallaron en su misiónO al optar por laguerra o no saber evitarla. Más que un culpable único de la contienda, hubo una responsabilidad compartida.

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