El listado de la base de datos IMDB de los trabajos como productor de Harvey Weinstein se abre en 1981 y acumula 325 títulos hasta que termina, abruptamente, en 2017. En octubre de ese año 'The New York Times' y 'The New Yorker' corrieron con las primeras acusaciones de agresión, abuso y acoso sexual contra el titán de Hollywood el telón de una historia de terror y monstruos en la que han acabado aportando sus denuncias al menos 100 mujeres. Sobre las acusaciones de dos y apoyándose en testimonios de otras cuatro la fiscalía de Nueva York ha construido el primer caso penal contra Weinstein, al que sus abogados han defendido tan enérgicamente como ferozmente han asaltado la credibilidad de las acusadoras. Y tras seis semanas de juicio, tres de declaraciones y los dos últimos días de alegatos finales de las partes, el desenlace, rodeado de suspense, queda en manos de los siete hombres y cinco mujeres del jurado, que arrancan sus deliberaciones el martes.

Por más que al iniciarse el proceso el juez James Burke recordara que este juicio no es un referéndum sobre el movimiento #MeToo, sobre el acoso sexual, sobre los derechos de las mujeres, fuera de la sala en la planta 15 del Supremo estatal se sigue como tal y su resolución se anticipa como un momento potencialmente definitorio en una nueva era. Incluso dentro de la corte, aunque ha sido un juicio tradicional, se ha sentido su peso cultural y social.

Weinstein enfrenta dos cargos de violación en primer y tercer grado por la acusación de Jessica Mann de que le violó en 2013, uno de acto sexual criminal en primer grado por la de Miriam Haley de que el productor le realizó un cunnilingus en 2006 y dos de agresión sexual depredadora, un patrón para el que la fiscalía ha usado también el testimonio de violación de la actriz Annabella Sciorra. Y el caso ha servido de recordatorio de algunos retos que persisten para hacer justicia en casos de delitos sexuales en los que las complejidades y matices crean un magma de grises.

DOS NARRATIVAS

Donna Rotunno y Damon Cheronis, que han dirigido la defensa de Weinstein, han sumergido al jurado en ese volcán salpicando de dudas las acusaciones centrales, las de Mann y Haley, por haber mantenido el contacto con el productor después de las supuestas agresiones y, en el caso de Mann, una relación sexual consentida. Y no faltan expertos legales que creen que esa comunicación continuada puede ser uno de los principales factores que podrían inclinar al jurado hacia una absolución, por más que expertos en trauma como una psicóloga que testificó para la fiscalía expliquen que los contactos con los agresores son habituales.

El jurado debe elegir entre dos narrativas: la de la defensa, que ha retratado con brocha gorda y a la vez pincel fino a las mujeres como buscavidas que intentaron aprovecharse de su cliente para obtener beneficios profesionales, o la de la fiscalía, que ha apuntalado su caso en las acusaciones directas, recordando que las mujeres no han venido por dinero, han venido a ser escuchadas, pero también en el concepto de lo cuestionable que es hablar de sexo consentido en una situación de claro desequilibrio de poder.

Este caso trata de poder, manipulación y abuso y sobre la lasciva falta de empatía del acusado, resumió el viernes en su cierre Joan Illuzzi-Orbon, la representante de la fiscalía sobre la que recae el peso de probar la culpabilidad de Weinstein más allá de cualquier duda. Era el maestro de su universo y las testigos eran meras hormigas que podía pisar sin consecuencias, dijo la fiscal, que usó términos como violador abusivo y depredador. Cuando tienes que engañar a alguien para que esté en tu control sabes que no hay consentimiento, señaló también. No necesitaba engañarlas para llevarlas a su madriguera, hay trabajadoras profesionales de sexo que puedes contratar sin engañarlas. Pero quizá lo que le pone es el miedo en sus ojos.

CRIMINALIZAR LA MORALIDAD

Era la última palabra después de que el jueves Rotunno hiciera un alegato final muy diferente. Recordando que un testigo llamó a Weinstein adicto al sexo la abogada señaló: Tiger Woods es un adicto sexual y no lo ves en un tribunal penal. Ser adicto al sexo y ser violador son dos cosas diferentes. Y apeló al jurado a no dejarse llevar por las emociones y mencionó, provocando objeciones, la presión en esta ciudad y en este ambiente. Sois la última línea de defensa en un país ante el exceso de celo de los medios y de la fiscalía, les dijo. No les tiene que gustar el señor Weinstein. Esto no es un concurso de popularidad. Pero deben recordar; no estamos aquí para criminalizar la moralidad.

Las declaraciones que Rotunno ha hecho en el tribunal y también fuera, no obstante, tienen un claro componente moral. El jueves en su alegato final denunció que la fiscalía está creando un universo en que quitan a mujeres adultas sentido común, autonomía y responsabilidad. Días antes, en una polémica entrevista con 'The New York Times', cuando se le preguntó si alguna vez había sido víctima sexual su respuesta fue: No. Y su argumentación debe haber provocado un escalofrío a millones de víctimas: Nunca me pondría a mí misma en esa posición.