Uno.- Pues sí se podía. Todo jugaba en contra, pero la pareja Banderas & Casado se sacaron de la chistera una gala de los Goya dignísima pese a todas las circunstancias negativas que amenazaban con deprimirnos más aún de lo que ya estamos. Resulta que sí se puede hacer una ceremonia sin chistes, sin tanto tiempo perdido con agradecimientos a tatarabuelos y bisnietos, con buenos números musicales, diferenciando entre premios importantes de otros que no lo son tantos. Se puede hacer también con elegancia y con algún momentazo que otro: Antonio Banderas tuvo tino, se lo curró y dio con el tono. Y hacer que los figurones de Hollywood hicieran un brindis por el cine español fue un puntazo. Con el dinero amasado en su aventura americana ha comprado un teatro en su tierra y quiere hacer cosas diferentes. Olé. Y olé también por Ángela Molina, que nos hipnotizó a todos con un discurso ensayado, interpretado y sentido que se nos hizo corto, corto. Podría haber estado horas hablando que seguiríamos mirándola embobados, con esa forma de moverse y dominar el espacio, con ese vestido negro, con esa melena canosa, con esa fragilidad de granito.

Dos.- Vaya par. El miércoles por la mañana ardían los digitales y perdíamos la cuenta de las mociones presentadas, y dónde, cuándo, y porqué. En una acción que no traerá nada bueno (las mociones utilizadas para ajustar cuentas, como navajazos dados por la espalda en cualquier callejón de mala muerte, acaban -si acaban- fatal) tras el 8M, Arrimadas y Ayuso, Isabel e Inés, nos han dado un cursillo acelerado de cómo, si se lo proponen, las mujeres pueden ser tan sumamente irresponsables y rastreras como cualquier hombre que se precie. Qué pena Arrimadas, desde que decidió renunciar a Cataluña nunca volvió a ser la misma. Respecto a Ayuso, mientras daba el golpetazo por la mañana, esa misma noche era la invitada al primer programa de Mª Teresa Campos (La Campos móvil, en Tele 5) donde era entrevistada en un bus acristalado por Madrid, a la vista de los peatones, hablando sobre lo divino y lo humano. Mala malísima y con carmesí en los labios, Ayuso va a setas y a rólex, qué más da.

Y tres.- La tentación vive en la isla. Tengo dos amigas estupendas, creativas, desordenadas, y con agujeros en los bolsillos, que tras un insistente y sibilino interrogatorio por mi parte, me reconocen que -de vez en cuando- ven La isla de las tentaciones. «Es que yo después de trabajar necesito desconectar, salir de mi vida», me dice la más bajita. «Yo lo hago por mi hijo, que le gusta, para no discutir por el mando», me dice la otra. Ya, ya, les digo: se empieza viendo desde el sofá de tu casa La isla de las tentaciones, y se acaba de invitado en Sálvame afirmando que Miguel Bosé trató de ligar contigo, cuando aún no era negacionista. Una vez que se entra en el malvado y pérfido perímetro de Telecinco cualquier cosa puede pasar, la atracción de lo horrible te engancha por todas partes («Yo al principio de la pandemia me enganché a Mujeres, hombres y viceversa, y casi acaba con mi matrimonio», les confieso, con la cabeza gacha). Pero me recompongo y les digo, muy serio, que como sigan con esa actitud no las invitaré nunca más al churro del café a media mañana. Por lo menos se lo piensan, pero no sé, no sé.