Hace una semana intercambiamos el último mensaje. Yo le solicitaba el mail de un colega y le felicitaba porque varios autores me habían asegurado que su proceso de recuperación iba adelante, que el tratamiento funcionaba, que tendríamos Paco Camarasa para rato. «El problema de los amigos, querido Juan -me contestó en el acto- es que se empeñan en ver la realidad mejor de lo que es. Saludos negrocriminales».

Siempre se despedía así, con esa fórmula suya, cómplice y pagana. Supongo que en la otra vida, allá donde esté, más que probablemente en compañía de Sherlock Holmes, de Chandler o de Rex Stout lo seguirá haciendo, presentando sus «saludos negrocriminales» y sus respetos a los grandes del género negro, con quienes tanto trató.

Lo hizo, fundamentalmente, en su librería, Negra y criminal en el corazón de La Barceloneta. En medio de un barrio de pescadores y emigrantes, con olor a Mediterráneo y a sal, y a veces a sangre y a muerte, supo crear un santuario cultural, un lugar de culto al que peregrinábamos en busca de libros imposibles de encontrar, y de un ambiente único, el que él y su mujer, Montse Clavé, también librera, sabían crear.

En Negra y Criminal siempre pasaban cosas, se contaban historias, debutaban autores, o con los consagrados se urdían conjuras. Nos veíamos allí o en la Semana Negra de Gijón, a la que Paco nunca faltaba, y donde ejercía de presentador, tertuliano y crítico. Sabía mucho de creación literaria y cada vez más de la novela negra, no en vano su amistad con los mejores autores, sus largas conversaciones con ellos le hacían depositario de experiencias y secretos, algunos de los cuales reveló magistralmente en su ensayo Sangre en los estantes.

Era un gran conversador, lúcido, irónico, chispeante, y un orador de primera clase, como demostraba cada año en la entrega del Premio Carvalho, acto central del Festival Barcelona Negra, que él inventó, diseñó y lanzó.

El año pasado, en la IV edición de Aragón Negro, le dimos un premio especial, El mejor de los nuestros, creado para reconocer a los principales innovadores e impulsores del género. No pudo venir a recogerlo, porque el médico le desaconsejó viajar a Zaragoza, y le llevamos el galardón a su librería, ya cerrada al público, pero en la que seguía leyendo y escribiendo junto a una enorme silueta de Humphrey Bogart, otro de los muchos personajes que admiraba y que habían pasado a ser parte de su mítica familia.

Como él, asimismo en clave de personaje, y pronto de mito, de la nuestra. Porque fue, sin duda, uno de los nuestros.

Seguramente, el mejor.