Hace ahora 10 años se estrenaba la adaptación cinematográfica del musical articulado en torno a las canciones del grupo ABBA. Si el montaje teatral ya se había convertido en un auténtico fenómeno mundial, la película protagonizada por Meryl Streep alcanzó unos niveles de popularidad asombrosos que la catapultaron a lo más alto en más de 12 países a lo largo del verano del 2008. Con un presupuesto de 52 millones de dólares, la película llegó a recaudar más de 600 millones, convirtiéndose en uno de los musicales más taquilleros de la historia del cine.

Ahora, coincidiendo con la reunión de la banda sueca para grabar un par de temas después de su disolución en los 80 y tras el anuncio de una «gira virtual», se estrena Mamma Mia! Una y otra vez, una secuela que pretende recuperar el espíritu juguetón, festivo y desprejuiciado de su antecesora para volver a inundarnos con todas sus dosis de nostalgia y su estética kitsch.

Ol Parker recoge el testigo de Phyllida Lloyd, que no solo firmaba la película anterior sino que también puso en marcha el montaje teatral original. Así que el reto de superar las expectativas iniciales no era nada fácil, sobre todo si tenemos en cuenta dos graves escollos. Por una parte, ya se habían utilizado casi todas las canciones más conocidas del cuarteto en la anterior propuesta, así que esta película parecía condenada a convertirse en una especie de Cara B de ABBA Gold.

La segunda carencia no es ya ningún secreto: Meryl Streep no es la protagonista absoluta en esta ocasión. Eso no quiere decir que se las hayan apañado para que toda la película gire en torno a su personaje. En esta ocasión, a través de una serie de flashbacks que nos permiten adentrarnos en su etapa juvenil, justo en ese verano que cambiaría su vida para siempre, entre amores furtivos con los tres hombres de su vida (Pierce Brosnan, Colin Firth y Stellan Skarsgard, ahora también en versión teenager) y un embarazo inesperado.

¿Cómo consigue resolver Ol Parker estos dos obstáculos? Poniendo imaginación a las coreografías de las canciones menos conocidas (algunas bien delirantes) y recurriendo de nuevo a los estribillos pegadizos cuando peligra el espectáculo. En cuanto a la ausencia totémica de la Streep se intenta disimular como se puede, sobre todo a través de la explotación indisimulada del encanto natural de una Lily James desbordante de energía y con algún que otro golpe de impacto justo cuando el ánimo comienza a decaer, como es la aparición de Cher en helicóptero dando lecciones de cómo convertirse en el centro de atención en un microsegundo. Su actuación junto a Andy García del tema Fernando es una de las cimas de petardeo del nuevo milenio.