«No se me ocurre nada más peligroso que tomarse en serio a uno mismo», aseguraba Clint Eastwood, que probablemente es el único de los presentes en el Festival de Cannes que no toma en serio a Clint Eastwood. Entre quienes intentaron acceder al teatro donde el director celebró ayer una clase magistral para acompañar el estreno de la copia restaurada de Sin perdón (1992) hubo heridos de diferente gravedad. Para algunos la odisea no mereció la pena: sobre el escenario Eastwood hizo gala de la misma parquedad de palabra que sus personajes más icónicos. «Cuando miro hacia atrás y repaso cómo ha transcurrido mi vida… pienso que no debería pensar tanto». Así todo el rato.

Eastwood tiene una larga historia en común con este festival. No solo obtuvo de él una Palma de Oro honorífica en el 2009, sino que también fue presidente del jurado en 1994, cuando el triunfo en el certamen de Pulp fiction (1994). A lo largo de los años, asimismo, varias de sus películas han competido aquí, aunque Sin perdón no lo hizo. «Nunca me han preocupado los premios, y creo que eso es parte de lo que me ha permitido mantener la serenidad a lo largo de los años».

Ganadora de cuatro premios Oscar, aquella película fue la última de su filmografía adscrita a un género, el wéstern, del que asegura haber estado enamorado desde muy pequeño. «Crecí en los 30, y por entonces todos los niños querían una pistola y cabalgar un caballo. Creo que lo que hace únicas las películas del oeste es que mantienen viva la fantasía de un héroe muy particular, el llanero solitario hecho a sí mismo».

La interpretación, recuerda, llegó a su vida por accidente. «En mi instituto estaban montando una obra teatral en la que uno de los personajes era un muchacho bastante atontado, y el profesor pensó que yo sería perfecto. La obra fue un éxito, porque era tan mala que resultaba graciosísima». Tampoco fue la vocación lo que lo animó a tomar clases de arte dramático. «Vi que muchas chicas se apuntaban a ellas, y por eso lo hice».

Lo que vino después fueron 60 años de carrera, delante y detrás de la cámara. Mientras la repasaba recordó que los productores de su primera película como director, Escalofrío en la noche (1971), eran reacios a pagarle un sueldo. «Y no me importaba; habría pagado yo por hacerla». Afirmó, que aceptó protagonizar Harry el Sucio (1971) porque la apetecía contar una historia transgresora: «Eran los 70, antes de que nuestra cultura se viera azotada por la dictadura de la corrección política». Y hablando de incorrección: preguntado por Meryl Streep y el rodaje de Los puentes de Madison (1995), murmuró un «Sí… fue… divertido», antes de torcer el gesto. Para qué más palabras.