Lo apuntaba el pasado viernes Desirée de Fez: no hay manera humana de entender las razones por las que Quién te cantará, tercer largometraje de uno de los directores digamos que diferenciales del reciente cine español, Carlos Vermut, quedó fuera de las nominaciones a los Goya a la mejor película, siendo, a la vez, nominada en todas las categorías de interpretación femenina (mejor actriz, actriz secundaria y actriz revelación), cosa que no ocurrió con ninguna de las otras películas que aspiraban ayer a conseguir los galardones más importantes en la ya de entrada polémica edición de este año de los premios del cine español.

Parece que a veces, solo a veces, cuando un cineasta destaca por razones diversas (y nadie podrá negarme que Magical girl e, incluso antes, un filme de producción low cost como el formidable Diamond girl), hay algo que molesta en el entorno y conviene darle una cura de humildad. No se me ocurre otra razón por la que la misteriosa y singular película de Vermut, historia de fascinación/vampirización femenina que tiene tanto de Pedro Almodóvar como del Ingmar Bergman de Persona, pero con planteamientos y resoluciones muy personales, no rivalizó con Entre dos aguas, Carmen y Lola, El reino y Campeones por el Goya al mejor filme.

Cada uno tenía sus favoritas, y aún más en la pugna que este año se construyó entre un cierto modelo de cine comercial (representado por la comedia de Javier Fesser, Campeones, no en vano la película por la que la Academia española apostó en la surrealista odisea de los Oscar) y cine de autor (emblemático en cuanto a la propuesta de Isaki Lacuesta se refiere, la bellísima Entre dos aguas, continuación de otro filme memorable, La leyenda del tiempo), con títulos que navegan, valga la redundancia, entre dos aguas: El Reino, firme intento de hacer un cine de autor en un contexto de cine de consumo y con evidente trasfondo político -quizá fuera el favorito para alzarse con la estatuilla a la mejor película-, Carmen y Lola -lo mismo pero con más dudas en cuanto a su alcance real y, también, en la disyuntiva entre forma y contenido- y Todos lo saben, producción española, sin duda, pero que corresponde a la mirada de un cineasta consagrado de otra cultura, el iraní Asghar Farhadi, que arroja resultados como mínimo discutibles.

Es evidente que no todas las películas puedan ser nominadas ni aspirar a las distinciones y trofeos más suculentos. Quizás el (bendito) problema de este año fue que la cosecha era más que buena, y como en la categoría de mejor película solo entran cinco, pues los sacrificados estuvieron al orden del día. Pero los premios deberían estar siempre para respaldar el cambio, el arrojo, la innovación, la diferencia en una palabra. Solo así pueden tener sentido aunque muchos años los Oscar o los palmarés de los grandes festivales quieran demostrarnos lo contrario.