"Paquirri ha muerto", transmitieron los teletipos hace hoy domingo veinte años, cuando Francisco Rivera perdió la vida por una cornada sufrida en Pozoblanco (Córdoba) en una corrida menor, de escaso compromiso y con la que iba a poner fin a su temporada y casi a su carrera.

El 26 de septiembre de 1984, Avispado , de Sayalero y Bandrés, cogió a un relajado Paquirri en el cuarto de la tarde y, cuando éste fue trasladado a la enfermería, se vio el auténtico alcance de la tragedia y la fuerza del torero al tranquilizar a todo el mundo.

Doctor, la corná es gorda, tiene dos trayectorias... abra lo que tenga que abrir.. tranquilo... el resto está en sus manos", ordenaba Paquirri en el caos de la enfermería, en unas imágenes de Antonio Salmoral (TVE) que dieron la vuelta al mundo.

MEDIOS PRECARIOS

Los medios eran precarios y el cirujano Eliseo Morán, vista la situación, ordenó el traslado a Córdoba, hasta donde esperaba lo peor, una carretera en mal estado, llena de curvas y un torero agonizante, hasta el punto que hubo de ingresar en el primer hospital que había a la entrada de Córdoba, el Militar. Paquirri ingresó ya cadáver cuando anochecía ese 26 de septiembre, a las 21.40 horas.

El entonces corresponsal de la Agencia Efe en Córdoba, José Luis Rodríguez Aparicio, dio la primicia y fue testigo de la convulsión que se produjo en el vetusto hospital, hoy ya cerrado, y de las horas que siguieron a una noticia que corrió como la pólvora. "La gente empezó a aglomerarse y comenzaron a llegar compañeros como El Cordobés o Fermín Vioque y, a las diez y media lo hizo su viuda, Isabel Pantoja", recordó de las horas que siguieron a la muerte del torero antes de su traslado a Sevilla.

El estremecimiento alcanzó por igual al mundo del toreo, estupefacto ante la muerte de uno de sus representantes más poderosos de las últimas décadas, como a la sociedad en general, no en balde el diestro se había convertido en asiduo de las revistas del corazón desde su primera boda con Carmen Ordóñez y, sobre todo, por su matrimonio reciente con la tonadillera Isabel Pantoja.

Cuando el féretro del torero dio su postrera vuelta al ruedo en La Maestranza y salió por su Puerta del Príncipe, se ponía punto y final a una vida marcada por el amor propio --"aprende a ser yunque para cuando seas martillo", fue su lema-- y que comenzó el 5 de mayo de 1948, cuando nació en Zahara de los Atunes (Cádiz).

TORERO INTELIGENTE

Criado en la vecina localidad de Barbate, Francisco Rivera Pérez se aficionó desde muy joven al toreo al haber sido nombrado su padre, Antonio Rivera --novillero en la década de los 40--, conserje del matadero municipal.

Paquirri tomó la alternativa el 11 de agosto de 1966 en Barcelona, de manos de Paco Camino y con Santiago Martín El Viti de testigo, y la confirmó en la Feria de San Isidro del año siguiente, mientras que en la Monumental de México lo hizo en 1970.

La personalidad del torero de Barbate ha adquirido su justa dimensión con el paso de los años, una vez desprovista de los matices extrataurinos que la pudieron desvirtuar en los años previos a su muerte, cuando su trayectoria ya se encontraba en declive.

Al cabo de dos décadas de su muerte, el perfil de Paquirri es el de un torero inteligente y dominador de todas las suertes por su propia concepción del toreo como espectáculo total, sustentado en su conocimiento del toro y en su capacidad para desentrañar sus cualidades, exprimir su bravura e imponerse sobre sus defectos.

El testigo de su trayectoria lo recogió su hijo Francisco Rivera, también matador de toros y primero de sus tres descendientes junto a Cayetano Rivera Ordóñez y Francisco Rivera Pantoja, recién nacido cuando su padre murió.

Veinte años después del 26 de septiembre de 1984, de aquel cartel sólo quedan vivos el diestro retirado Vicente Ruiz El Soro y el ganadero Victoriano Sayalero.

Primero murió Paquirri, luego lo hizo José Cubero Yiyo en Colmenar Viejo y, después, el ganadero Juan Luis Bandrés, quien fue asesinado de un disparo en su despacho (1988) y quien, tras acompañar a Paquirri en la ambulancia en la que falleció, ordenó que de Avispado no quedara ni la cabeza.