NINGUNA GUERRA SE PARECE A OTRA

AUTOR: Jon Sistiaga

EDITORIAL: Plaza y Janés

PAGINAS: 397

PRECIO: 19,50

"Todos podemos sentir empatía hacia un refugiado kosovar o una afgana bajo un burka", dice el reportero de Tele 5 Jon Sistiaga (Irún, 1967) con la experiencia que le otorgan sus periplos por Kosovo, Afganistán, Palestina, Ruanda e Irak. Quien ha constatado que es fácil informar sobre las víctimas afirma que "no hay nada tan difícil como hacer periodismo con los verdugos". La relación de los reporteros con los combatientes es la base de Ninguna guerra se parece a otra , obra en que Sistiaga exorciza 10 años de una profesión que le ha llevado a beber rakia "junto a paramilitares serbios" que habían quemado "mezquitas llenas de gente". En tales situaciones, Sistiaga mantiene la compostura porque "a esos hijos de puta hay que sonreírles cuando se quiere preguntarles por qué matan". Más ahora que "la caza del corresponsal como trofeo de guerra se ha puesto de moda".

CENSURA Y MANIPULACION

Además de salvaguardar su vida, los reporteros de guerra deben hacer frente a censura y manipulación como las que les impuso Sadam Husein. "Cuando los marines estaban a las puertas del hotel Palestina, el patético ministro de Información iraquí convocó una rueda de prensa en el hall para asegurarnos que Bagdad seguía libre de invasores. A José Couso y a mí nos entró la risa", dice Sistiaga. El papel de los soldados de EEUU no fue mejor: el 8 de abril del 2003 mataron a Couso como "colofón a una mañana en la que bombardearon las sedes de Abu Dabi TV y Al Jazira". Pero para entonces Irak ya se había convertido en la guerra de internet y de los medios europeos y árabes. "Por primera vez en décadas los medios de EEUU perdieron el monopolio", sentencia Sistiaga.

"A los periodistas de hoy nos repugna la guerra", afirma Sistiaga con voluntad de romper una leyenda forjada por hombres como John Reed y Ernest Hemingway. "Se acabaron los tiempos de los enviados especiales al bar, de los tipos duros y la sed de sangre", añade. La solvencia de sus crónicas desde Bagdad ha contribuido al cambio en la percepción sobre los corresponsales. Ninguna guerra se parece a otra rompe con los tótems de la profesión: el Reed que se identificó con la Revolución rusa en su Diez días que estremecieron al mundo (1919) y el Hemingway que "sentía devoción por la guerra". Sin abandonar la botella, el autor de Por quién doblan las campanas escribió muchas de sus crónicas sobre la guerra civil española en Hotel Florida de Madrid, donde un bombardeo estuvo a punto de matarle. En el Hotel Palestina de Bagdad, 65 años después, otro bombardeo acabó con la vida de Couso. Pero entre ambas explosiones, sostiene Sistiaga, la tribu insensible al sufrimiento, amante de la adrenalina y dependiente del alcohol que retrató el Arturo Pérez-Reverte en Territorio Comanche (1994) ha pasado a la historia: "Ya no quedan corresponsales así; somos gente normal que en momentos duros se da cuenta de que es estúpido competir".

Ninguna guerra se parece a otra también analiza el sabotaje que algunos medios de comunicación ejercieron sobre sus propios enviados. Sistiaga explica que "el Gobierno Aznar no dejó de insistir en sus llamadas a los directores de los medios hasta que éstos obligaron a varios corresponsales a dejar Bagdad; no querían testigos". Hubo quienes tuvieron que defender su independencia: "A menudo, los conductores de los noticiarios ofrecían una versión que quedaba inmediatamente desmentida por la información de los enviados especiales".

De la guinda se encargó el Ministerio de Defensa, que aseguró el 9 de abril que el cuerpo de Couso había sido rescatado de la morgue por los marines e iba camino de España. El director de informativos de Tele 5, Juan Pedro Valentín, pidió a Sistiaga que, por su seguridad, no saliera del hotel a confirmarlo. Pero el reportero desobedeció: "El bulo nos obligó a cruzar la ciudad varias veces para comprobar que el cuerpo de José seguía allí. Esa sí fue una mentira arriesgada... para nuestras vidas".