Visitar el Museo de Huesca es como entrar en una máquina del tiempo. Un tren que invita a viajar por la historia del Alto Aragón y que cuando llega a la última estación deja un agradable sentimiento de orgullo de pertenencia. La distribución cronológica de su discurso expositivo, que comienza en la prehistoria con dólmenes y puntas de flecha y culmina en el siglo XX con la pintura de Ramón Acín, alimenta esa sensación de travesía. También ayuda que su sede esté formada por dos edificios claves de la ciudad: la Universidad Sertoriana de Huesca, del año 1690 y de estilo barroco, y el antiguo Palacio de los Reyes de Aragón, construido en el siglo XII. Dos inmuebles que albergan salas «con un trasfondo histórico muy potente», tal y como destaca su director, Fernando Sarría.

Un ejemplo de ello es la muy visitada Sala de la Campana, donde presumiblemente tuvo lugar la leyenda de la campana de Huesca y Ramiro II el Monje decapitó a los doce nobles que se opusieron a su voluntad. Un mito que se mantiene vivo 900 años después y que abre la ventana de la imaginación a los visitantes. «Todos los que vienen al museo se llevan una grata sorpresa porque es muy variado y tiene muchos alicientes», subraya Sarría, su director desde marzo del 2019.

En efecto, en el museo tienen cabida todos los públicos. También los niños, ya que los elementos prehistóricos o los de la época Ibérica y Romana se prestan a que vuelen con su imaginación a tiempos remotos. La exposición en sí, la permanente, se ubica en el edificio octogonal de la antigua Universidad Sertoriana (en la que en su día estudiaron Ramón y Cajal o Joaquín Costa), mientras que el palacio se ha dejado para albergar las muestras temporales y celebrar actos institucionales. Allí se encuentra también la sala de la reina Petronila, en cuyos valiosos capiteles se mantiene incluso parte de la policromía.

El contenido expositivo permanente se divide en dos grandes bloques temáticos: la arqueología y las bellas artes. Así, en las dos primeras salas (el museo tiene ocho) se exhiben los restos del Paleolítico, Neolítico y la Edad de los Metales procedentes de las excavaciones de la provincia. De hecho, el museo es (y será) el receptor de todos los objetos que van apareciendo. Piedras talladas en forma de flecha, cuentas de collares, cestería o una recreación del Dolmen de Tella pueden verse en estas salas. Muchas piezas proceden de la cueva de Chaves, un yacimiento descubierto en los 70 cerca de Bastarás y que es el más importante de la época del Neolítico junto al de la cueva de l’Or en Alicante. «Podría haberlo sido mucho más si no se hubiera destruido de forma ilegal», recuerda Sarría.

FALCATAS Y CAPITELES / La sala tres alberga diferentes piezas de la época ibérica y romana. Puede verse la escultura «del primer oscense conocido», datada entre el 350 y el 50 a. C., falcatas, un capitel de la Osca romana que apareció hace cuatro años en la excavación de una calle de la ciudad o un brazo de bronce que permite hacerse una idea del tamaño de las estatuas de la época. Sin duda, las piezas más destacadas de la estancia son las laudas funerarias aparecidas en Coscojuela de Fantova y el Tiraz de Colls (ver información adjunta).

La última reforma del museo oscense se realizó a finales de los años 90, pero su discurso se mantiene actual. Con todo, se van a introducir mejoras. «Queremos incluir más gráficos expositivos para explicar por ejemplo cómo se utilizaban las hachas, los imperdibles o las hebillas de cinturón que tenemos expuestas», indica Sarría.

Tras la sala romana comienza ya el bloque de bellas artes. Así, en lo que era la antigua capilla de la Universidad se exponen las cuatro tablas del antiguo retablo mayor del monasterio de Sijena o el tapiz La Virgen y el Niño del siglo XVI. Esta última pieza, que regresó a Huesca en el 2015, fue robada hace más de 30 años por Erik El Belga de la antigua Catedral de Roda de Isábena y fue recuperada por la Guardia Civil en Estados Unidos.

En la sacristía de la capilla destaca un tríptico flamenco, tres tablas góticas de incalculable valor artístico que realizó un discípulo de Robert Campin.

El museo cuenta, por otra parte, con una importante representación de pintura barroca. Destaca por ejemplo el cuadro El Bautismo de Jesús, de Juan de Pareja (el esclavo mulato de Velázquez) o el retrato del Conde de Aranda realizado por Ramón Bayeu y Subías. Esta sala también alberga varias obras de Francisco de Goya (algo que no todo el mundo sabe): el retrato de Antonio Veián y Monteagudo y las litografías correspondientes a Los Toros de Burdeos.

En la última sala ya se encuentran el retrato que Federico de Madrazo realizó de Valentín Carderera (figura clave en la creación del museo) o las obras de Ramón Acín, el ilustre pintor, escultor, periodista y pedagogo oscense.

TALLERES PARA FAMILIAS / El museo recibió en 2019 más de 43.000 visitas, una cifra que según Sarría ha crecido en los últimos años. Para ello, la dirección ha seguido apostando por todo tipo de talleres familiares, incluso para bebés. «Realizamos actividades que generen senderos hacia el arte», destaca Sarría, que recuerda que hasta 1967 la sede del museo era el Colegio Mayor de Santiago. «Afrontamos el futuro con optimismo; en las exposiciones temporales también hacemos guiños a creaciones contemporáneas y vamos a renovar las salas de bellas artes quitando e incorporando nuevas piezas», concluye.