Cuando el escritor Pablo Aranda (Málaga, 1968) era joven solía coger un tren rápido a Madrid y de ahí saltaba a Barcelona para, ipso facto, correr hacia la frontera francesa. «Qué suerte tienen estos catalanes: plantarse en otro país en poco más de una hora», decía sin pararse a pensar que otra frontera más profunda, pero igualmente cercana, lo separaba de Marruecos. Cuando corrigió el tiro, unos pocos años más tarde, llegó incluso a estudiar árabe durante un tiempo -«hoy me sirve para abordar hacer amigos pero no para llevar una conversación profunda»- y estuvo dando clases de español en Orán, la ciudad de Albert Camus.

Su última novela, La distancia (Malpaso), se beneficia de ese conocimiento al contar la historia de Emilio, un hombre que en plena crisis personal decide ir en busca de una mujer marroquí, Tamar, con la que en el pasado mantuvo una relación. «Me atraen las personas que escapan al estereotipo. De ahí que mis protagonistas nunca acaben de calzar en los modelos establecidos y más integrados», explica.

Y jugando con esa misma idea, la novela también escapa continuamente a los géneros. Lo que en un principio se empieza a leer como una novela negra, acaba siendo otra cosa. Y lo mismo ocurre con lo que parecía una historia de amor, que lo es, pero no exactamente eso. «Aranda -define su editor Malcom Otero- es un autor elegante que juega con una sutil ironía y una capacidad de despertar la ternura sin ser del todo sentimental. Pero también es un creador de historias que continuamente se van desmintiendo a sí mismas». Y ahí encajaría La distancia: «Es la historia de un hombre obsesivo condicionado por su pasado y de cómo trata de revisar este para construir un presente casi imposible, porque el pasado no se puede modificar». Visto así y ya que la acción se traslada al norte de África, lugar de nacimiento y de inquietudes de Albert Camus, lo que realmente mueve a la acción -un concepto que el autor ha recuperado en sus últimas novelas- es el existencialismo agónico del protagonista.

Aranda se confiesa perezoso. Con una gran facilidad para la escritura, algo que podría ser bueno, pero contra lo que, dice, se ve obligado a luchar a base de dejar en barbecho una y otra vez sus textos y rehacerlos años y meses después, hasta que su falta de perfeccionismo natural queda anulada. «Me impongo ese ejercicio para corregirme». Lo que no le faltan son buenos amigos lectores. «Los tengo de lujo. Justo Navarro e Ignacio Martínez de Pisón son los primeros que leen mis novelas y, parte importantísima de la culminación del proceso de escritura».

LA DISTANCIA

Pablo Aranda

Malpaso