Desde 1987 y durante 25 años saqueó aldeas, sometió a niñas y mujeres como esclavas sexuales y secuestró a chicos de entre 8 y 16 años para nutrir un ejército de entre 30.000 y 60.000 niños soldados, a los que convirtió en asesinos que bajo sus órdenes causaron 100.000 muertos y dos millones de desplazados en Uganda. Se trata de Joseph Kony, líder fanático de la guerrilla LRA, a quien Víctor de Árbol (Barcelona, 1968) descubrió en el 2012 y cuyo fantasma sobrevuela su última novela, Antes de los años terribles (Destino).

«Kony desapareció en el 2005 y aún es uno de los criminales de guerra más buscados. Al principio me fijé en su leyenda, su misterio, su familia de gurús y brujos. Es un monstruo, un enfermo, sí, pero lo que no entendí fue esa impunidad, cómo los estadounidenses, que fueron capaces de encontrar a Bin Laden, no lo hayan hallado a él», dice el autor de La víspera de casi todo (Premio Nadal 2016).

El expolicía ahonda en el alma humana y se inspira para su protagonista en Dominic Ongwen, niño soldado y luego lugarteniente de Kony que fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal Penal Internacional. «Kony le secuestró con 9 años. Fue también su víctima. Me pregunté cómo sería Ongwen si no le hubiesen arrancado de su infancia ni obligado a hacer cosas de adulto sin tener la capacidad de asumir las consecuencias de sus actos. Quise ver cómo se destruye la infancia y contar la historia, no del verdugo, sino de una víctima que no se victimiza».

Su protagonista es Isaías Yoweri, que de adulto tiene un taller de bicicletas en Barcelona y va a ser padre con su pareja. Pero arrastra un pasado de niño soldado de Kony, especialista en cazar albinos, uno de los lucrativos negocios del LRA, que traficaba con sus órganos y los vendía a brujos. «En el África rural aún hay supersticiones que creen que los albinos son maléficos y que, paradójicamente, a la vz tienen poderes mágicos y dan buena suerte. Si hay ricos dispuestos a pagar por hechizos con órganos de albinos habrá gente dispuesta a matarlos». De ahí que cite al músico albino de Mali Salif Keita. «Vive en París y aprovecha su fama para luchar contra la persecución de los albinos», destaca el autor.

Antes de profundizar en la figura de Kony, Del Árbol se documentó con expertos sobre Uganda, desde Idi Amin a los odios interaciales y las creencias que mezclan cristianismo y brujería. Y conoció a un niño soldado de Sierra Leona. «Le dije que quería escribir de niños a los que le han robado la infancia. Vi que de niños no éramos tan distintos, que los dos tuvimos una infancia muy corta y vivimos en un entorno de mucha pobreza y conocimos la violencia, de la que intentas protegerte -explica el autor-. Si quien debe protegerte te hace daño después es muy difícil confiar en nadie».

PERDONAR A LOS DEMÁS

Opina el escritor que «es más fácil perdonar a los demás que a uno mismo». Tras las matanzas entre hutus y tutsis, «en Ruanda, el ejercicio de reconciliación de la sociedad se hizo sobre la palabra, no sobre el silencio y la mentira, y afrontando la realidad y los fantasmas», señala.

La última vez que se vio a Kony fue en el 2006 en Sudán. Se dice que hoy dos de sus 80 hijos controlan la guerrilla y que tiene lazos con Boko Haram y los señores de la guerra de Níger. Hace dos años, apunta Del Árbol, «el Gobierno de Uganda decidió dejar de buscarle porque cree que ya no es un peligro». «Es mentira que lo que pasa en África no nos afecta», opina ante la indiferencia de Occidente. «Si esos países tuvieran seguridad no emigrarían a Occidente. Pero queremos su mano de obra y materia prima barata. Nos da igual que usen niños para conseguir el coltán mientras tengamos nuestro móvil», denuncia.