Johann Strauss padre, compositor de piezas tan populares como la Marcha Radetzky , no sólo fue el patriarca de una familia de genios --aunque su hijo Johann Strauss, autor de El Danubio azul, le superó en importancia-- sino también el pionero de la industria musical y un hombre de negocios con dotes extraordinarias, según recuerda Viena en el bicentenario de su nacimiento.

Alegría es lo que quiero es el título de un vals de Johann Strauss que refleja a la perfección el bullicio con el que su ciudad natal, Viena, le homenajea. El programa es amplio, incluye un simposio internacional, una serie de conferencias y una exposición en el ayuntamiento, en la que se le caracteriza como "inventor de la industria de la música".

Una delegación del municipio de Viena rindió ayer tributo al patriarca de la familia Strauss en su tumba, en el cementerio central de Viena, y anoche se celebró un concierto en la Asociación de Amigos de la Música, comentado por Eduard Strauss, descendiente de la dinastía.

La exposición, que se podrá ver hasta el 21 de mayo, muestra la vida y obra del músico a partir de acuarelas, litografías y partituras originales, de los que se desprende una novedosa estrategia de comercialización que empezó en la década de los años 20 del siglo XIX.

MARCA COMERCIAL

El fundador de la dinastía musical logró que su nombre se convirtiese en una marca comercial de máxima calidad desde muy joven, organizando su propia publicidad. En la primavera de 1827, a los 23 años, Johann Strauss llegó a ser empresario independiente y, desde entonces, en cooperación con su editorial Haslinger, publicó valiosas litografías que servían de anuncio o de primera página a las partituras de sus valses.

Su propia imagen se hizo también muy popular en numerosos retratos en los que se le representaba con su violín. Eran escenas de baile en conocidos locales, Strauss aparecía rodeado por la orquesta, junto a un público en el se distinguían conocidos personajes del momento.

En los años de la restauración política que precedieron a la revolución de 1848, la buena sociedad vienesa se deleitaba con las obras creadas especialmente para los locales de moda a los que Strauss padre solía dedicar su vals más reciente.

La colaboración entre el compositor, sus músicos, los propietarios de salas de baile y la editorial que publicaba las partituras llegó a consolidarse a través de contratos, algo totalmente nuevo en aquella época.

Así, por ejemplo, el empresario del Café Sperl firmó con Strauss un contrato por tres años, lo que garantizó al compositor la posibilidad de presentar sus obras y de cobrar ingresos seguros, a lo que contribuían unas entradas nada baratas en locales de gran capacidad. Las salas de baile podían reunir hasta 3.000 espectadores.

Los estrenos se propagaban con gran rapidez gracias a las copias ilegales, distribuidas en parte por Franz Flascher, miembro de la orquesta de Strauss, quien más tarde se independizó y en 1843 fue denunciado por el compositor y su editor.

El protagonista de las diversiones vienesas falleció repentinamente a los 45 años, tras contraer la escarlatina, que le contagió una de las hijas que tuvo con su segunda esposa. Poco después, los hijos de su primer matrimonio, con Anna Streim, Johann, Eduard y Josef, tomaron el testigo de su padre y se convirtieron en las nuevas estrellas de la vida musical vienesa, logrando aún más notoriedad que su padre.