Desde el Alto de la Cruz, en Alcolea de Cinca, hay una vista espléndida de parte del valle al que da nombre el río. Y a los pies de su mirador cantó el domingo Paola Lai, oscense residente en Barcelona, creadora que bebe tanto del vaso profundo del flamenco como de la copa mezclada del folclore latinoamericano. Cantó acompañada por Alejandro Monserrat a la guitarra y de Josué Barrés a las percusiones. Y por el viento, personaje activo del espacio y del tiempo. «El sonido -nos advirtió Roland Barthes- es uno de los principales elementos a la hora de definir y articular un territorio en el que uno se reconoce». Es decir, aquello que a través del oído nuestro cerebro identifica con un lugar. Viento hay en muchos sitios, dirán ustedes con razón; cierto, pero no siempre interviene en la transformación de un lugar concreto.

Y es que las canciones de Paola Lai otorgaron al Alto de la Cruz un nuevo soundscape soundscapeen combinación con el viento que, más allá de molestar (tal vez a los músicos un poco), jugó el papel de instrumento añadido. Un nuevo paisaje sonoro, decía; temporal, sí; efímero, sí; pero durante algo más de una hora creó la magia de reconocer otros territorios sin movernos de donde estábamos.

Paola Lai, que actuó dentro del festival SoNna, toca la guitarra y canta. Sus años de conservatorio le han proporcionado soltura con el instrumento, y la flexibilidad de su voz y sus búsquedas le confieren notable interés como vocalista. La precisión de Barrés y la rotundidad de Monserrat contribuyeron a dar más color a su recorrido del Mediterráneo al Pacífico. Abrió la tarde con Siete de enero, y se adentró después en terrenos de tangos, guajira, granaína, cantiñas… Su flamenco tiene la raíz de lo ancestral, pero su ejecución es el resultado de la mezcla y del encuentro. Paseó después por el noroeste argentino y enlazó una vidalita de aquellas tierras con otra más reconocible para oídos españoles. Si no cantara y Manos de mujeres, de la colombiana Marta Gómez, dieron paso a una tonada de Santiago del Estero: una chacarera, también trufada de referencias más cercanas. Y para el adiós dejó Lágrimas negras, el bolero-son de Miguel Matamoros, al que insufló un aire más de celebración que de lamento; es decir: más de son que de bolero. Vigorosa y detallista, clásica y moderna, flamenca de siete mares, Paola Lai dibujó en Alcolea la rosa de los vientos. Seguro que alguna ocasión han escuchado esos tangos que entonan «en lo alto del cerro de Palomares unos dicen que nones y otros que pares». El domingo, en lo alto de cerro de la Cruz, no hubo división de opiniones: los vientos trajeron cantares y todos nos dejamos mecer por ellos.