Desde que debutó con la comedia Un ratoncito duro de roer (1997), Gore Verbinski (Tennessee, 1964) ha acumulado éxitos y fracasos en una dura pugna con la industria de Hollywood a la hora de intentar combinar blockbusters enfocados al público mayoritario (la saga de Piratas del Caribe) con proyectos personales en los que ha luchado por imprimir su sello autoral a través de diversos géneros. Tras adentrarse en el universo de la animación con Rango y firmar el wéstern El llanero solitario, ahora se atreve con una cinta de misterio, La cura del bienestar, protagonizada por un reparto joven y prometedor (Dane DeHaan y Mia Goth), en la que reflexiona en torno a la necesidad de éxito y el miedo al fracaso en la sociedad en la que vivimos.

-Puede que estemos ante la película más arty de su carrera. ¿Está de acuerdo con este calificativo?

-En las películas de los grandes estudios no se puede trabajar la forma, y para mí el estilo tiene una gran importancia. En este caso no he partido de ningún libro, de un juguete o un parque de atracciones. El guion es fruto de una idea original, porque quería hacer algo más personal. Es una trama compleja y con un alto grado simbólico. Quiero decir, que no es para todos los públicos, no está enfocada a hacer dinero, sino que es una cuestión artística, así que sí estoy de acuerdo con tu definición.

-Es también una película muy misteriosa.

-Me gusta dejar pequeñas migas al espectador, que siga un rastro para que vaya descubriendo cosas por sí mismo. Que no sea una parte pasiva, sino activa. No se trata de dárselo todo hecho, tiene que poner de su parte. Y en ese sentido, la ambientación y la sugestión son elementos fundamentales. Quería plantear esta película como si fuera una especie de hipnosis o hechizo.

-Tiene muchos niveles de lectura. En realidad, ¿qué era lo que le interesaba contar?

-Quería hacer una película gótica ambientada en la actualidad. Jugar con esos códigos clásicos para intentar darles un aire más contemporáneo a través de la composición de los planos, la música y la interpretación. Y sobre todo quería hablar de lo enferma que está la sociedad y de cómo ese malestar genera una locura que se extiende como una mancha, como un cáncer. Si tuviéramos que hacer un diagnóstico del ser humano en nuestros días, sería lamentable. En la película quería que el espectador sintiera los efectos secundarios y de alguna manera se diera cuenta de la necesidad de que exista una cura, porque vivimos en un mundo cada vez más irracional, más enfermo. En realidad, el experimento al que se somete el personaje protagonista no va dirigido a él, sino hacia el propio espectador.

-¿Siempre tuvo en mente que la película tuviera un trasfondo fantástico? ¿Estuvo influenciado por escritores como Ballard, Stocker o Lovecraft?

-Sí, todos ellos son referencia. Pero también añadiría La montaña mágica, de Thomas Mann. Intenté reciclar los elementos de partida de ese texto, el sanatorio, los Alpes suizos y otras cuestiones de índole filosófica. La ambición se ha convertido en la tuberculosis de nuestros días. Y lo peor es que la gente se aferra a esa enfermedad como una tabla de salvación.

-¿Cómo le marcó en su carrera haber dirigido las tres partes de ‘Piratas del Caribe’?

-Al final, la realidad es que te abre muchas puertas, tienes más oportunidades.