Algunos medios de comunicación, sobre todo en España, se empeñaron en incluir a Rachid Taha en el universo del raï. Pero, quia: si alguna taxonomía podía aplicarse a ese artista perturbador y vital era la de rock de casbah, o, si lo prefieren, rock magrebí, estilo del que fue un gran renovador. En mi primera entrevista con él, al preguntarle sobre el raï, respondió con el humor ácido y desprejuiciado que le caracterizaba: «Raï es lo que hace Julio Iglesias». Fin del asunto.

Largo de ideas y generoso en recursos, Rachid Taha, ya desde los años 80 con su grupo Carte de Séjour, revolucionó desde Francia la música moderna árabe a la que dotó, además de un notable contenido crítico y reivindicativo, de variadas influencias sonoras. Pionero en la conexión de las raíces magrebíes con la electrónica, abriendo camino a otros músicos, en solitario creó una espléndida línea sonora que conectó Elvis Presley con Oum Kalsoum y The Clash con Dahmane El Harrachi. En la memoria quedan canciones arrebatadoras como Douce France (la canción de Charles Trénet que Taha convirtió en un himno de tolerancia); Medina, Beent Sahra; Ya Rayah (la excelente revisión de la pieza de Dahmane El Harrachi); Voilà, Voilà (en cada directo la hacía sonar de manera distinta); Olé, Olé; Barra, Barra; Ecoute-moi camarade; Rock El Casbah (su mirada a The Clash) y muchas otras, recogidas todas ellas en discos que cuentan tanto la historia y las esperanzas de una generación de emigrantes magrebíes, como la crónica social y musical de Francia desde finales del siglo XX.

Ahora, a punto de publicar nuevo álbum, la voz de Rachid, prestidigitador musical con alma de clochard (contra modos y modas vestía en los últimos tiempos como un vagabundo con mucho estilo), se ha apagado a los 59 años. Un ataque ha roto su inquieto corazón. Permanecerá su obra y la fiereza, el desgarro y el caos genial de sus conciertos. De eso dejó una muestra en el festival Pirineos Sur en los años 2000, 2010 y 2013. La última vez que nos vimos fue en Marsella, hace dos años, en el mercado-festival Babel Med, donde reconocieron con un premio su categoría de «artista excepcional». Nada hacía presagiar, viéndole con el sempiterno vaso de licor en la mano, que esa sería la definitiva. ¡Voilà, voilà, mon ami!