Aviso para adictos: he aquí un Enrique Vila-Matas doble hipervitaminado. Y para el lector neófito: hágase con uno de sus primeros libros, Una casa para siempre (1988), léalo y zambúllase de inmediato en este. Porque Mac y su contratiempo es una reescritura de aquella novela de cuentos encadenados en la que Vila-Matas, a través de un ventrílocuo angustiado en busca de su propia voz, proclamaba con más seriedad que ironía su única y definitiva fe: la de creer en una ficción que se sabe ficción, la de saber «que la exquisita verdad consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella».

Esa era la casa metaliteraria para siempre de la que Enrique Vila-Matas se hizo huésped permanente, una casa a cuatro vientos, tres huracanadamente literarios y uno que da a la calle por donde circula la «famosa realidad», como él la llama, donde, por ejemplo, como aquí, la crisis económica se hace visible en la proliferación de mendigos.

Pero ni la «famosa realidad» es el terreno propio del escritor ni él tiene el menor interés en ejercer de testigo de cargo contra ella, aunque el Mac del título sea un profesional en paro (un abogado que finge haber sido constructor) que, a sus 60 años, casado con Carmen y padre de tres hijos que andan por ahí, decide echarse a escribir un diario secreto bajo la sugestión de una idea terminal: la de desaparecer. El «contratiempo» del título procede de un libro de cuentos de su vecino Ander Sánchez, publicado años atrás: Walter y su contratiempo, trasunto de Una casa para siempre. Aunque el contratiempo de Mac es supremo e íntimo: la muerte que lo trunca todo, por ejemplo un libro haciéndose, que se convierte así en inconcluso y póstumo, con el plus de sentido que esa interrupción añade.

Mac acaricia la idea de escribir una obra inacabada adrede, como pudo serlo la última de Georges Perec, 53 días, que fue una reescritura de La Cartuja de Parma de Stendhal. Esa referencia da otra de las claves de esta novela de Vila-Matas: la dinámica de repetición y variación sin el cual la historia de la literatura es incomprensible.

A Mac le gusta repetir lo oído y leído pero modificándolo, de modo que decide invertir su ocio desesperado en rehacer los 10 relatos de Walter y su contratiempo de Sánchez, cada uno de los cuales era a su vez un pastiche de otros tantos maestros del cuento (John Cheever, Djuna Barnes, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Raymond Carver...), igual que sucedía en Una casa para siempre.

REGRESO AL PASADO

Mediante la estratagema del remake, Vila-Matas se encara con el escritor que fue hace 30 años, cuando pugnaba por definir una voz propia entre el coro de irreprimibles influencias. A la prosa de aquel escritor le reprocha, zumbón, ciertos momentos confusos y reelabora, en serio, la tensión entre la novela y los cuentos bajo la carpa de un diario de escritor debutante. El riesgo del tedio de ese tirabuzón narcisista queda conjurado eficazmente gracias a las inyecciones de humor absurdo y al registro del día a día de Mac y su mujer en el barrio del Coyote, con el altivo Sánchez, su odioso sobrino odiador y la fauna de tenderos.

El retorno de Enrique Vila-Matas a sus orígenes, a lo familiar que siempre será lo propio inalienable, comporta también la idea del regreso a la narrativa oral primigenia de los que los cuentos y novelas literarios serían gestos multiplicativos. En la defensa de la audacia y la imaginación que siempre ha sido la divisa de Vila-Matas anida también la mirada del lector infantil que fue y del escritor subversivo en que se convirtió.