El silencio fue la nota predominante en el segundo festejo de la preferia del Pilar en La Misericordia de Zaragoza celebrado ayer. Ante un tercio de plaza se lidiaron en formato de concurso de ganaderías reses de Manuela Agustina López Flores, Prieto de la Cal, Benítez Cubero, Peñajara, San Martín y Pedraza de Yeltes.

El premio destinado al mejor toro se lo llevó el de Manuela Agustina López Flores (Samuel Flores) gracias al voto de calidad de DPZ. El premio no podía quedar desierto ergo bravura con trampa, concurso con truco y premio con calzador.

El zambombo de 614 kilos fue cuatro veces al caballo (la última de ellas con la puya de tentadero) pero entre arrancada y arrancada, mucho escarbamiento, más remoloneo y pausas interminables. En la muleta de Octavio Chacón fue de Guisando. Granito puro anclado al durísimo ruedo. A pesar de probarlo en varios terrenos y por ambos pitones, aquello no se movía ni para coger. Palmó en la puerta de chiqueros. No hay que decir más.

Entre esa escalera de volúmenes y comportamientos propiciada por la variedad genética de los seis toros, saltó una ratita de Prieto de la Cal en segundo lugar con un trapío sonrojante. La tabilla marcaba unos sorprendentes 482 kilos (el reglamento exige un peso mínimo de 480). El bichito fue incapaz de humillar en una sola ocasión. Siempre con la jeta por las nubes fue tres veces al caballo antes de que Manuel Escribano sorteara los cabezazos defensivsos para despenarlo sin lustre.

El prototipo de toro armónico y cabal fue el tercero, de Benítez Cubero. Cierto que no era el reseñado inicialmente, estropeado en el campo. Pero la postre resultó brioso y desprendió alegría en sus cuatro viajes al equino montado por Francisco Romero. Lástima que se gastara en un primer encuentro que lo dejó muy mermado. En su lidia, mejor estuvo Chacón con el capote -sublime- que su propio jefe. Pepe Moral anduvo por ahí hasta que el toro se derrumbó a mitad de faena. Le metió la mano y se regaló una vuelta al ruedo indecente.

EL PEÑAJARA, ESPECTACULAR / No solo por fuera, pues pintado en sardo, el de Peñajara fue como un cohete al caballo causando grande estrépito tras derribar. Descolgó sin esfuerzo y cuando iba lo hacía con todo. Pero se paró súbitamente como desconectado por un interruptor y Octavio optó por el parón y la distancia cortísima. Tanto que los pitones del toro rozaron el bordado de la taleguilla en varias ocasiones.

En quinto turno saltó un cinqueño de San Martín terciadito pero muy chivato de pitones, arremangados y mirando al cielo. Una pena que Curro Sanlúcar lo picara con desacierto y que Escribano no se entendiera con él porque se quedó sin ver el fondo que pudiera haber tenido.

Cerró festejo un mamotreto de 600 kilos con el hierro de Pedraza de Yeltes. Cinco años que afilan el carácter en un contenedor imposible, se arrancó tres veces, la primera de ella metiendo los riñones de firme. Luego resultó ser una prenda: protestón y a la defensiva con medio viaje y tirando derrotes. Pepe Moral le metió la mano con habilidad y puso punto y final a un festejo fallido que necesita una revisión. Pero ya se sabe, el que venga detrás, que arree.