Se necesita mucho talento para salir a un escenario como el de Lanuza acompañada solamente por un contrabajo y no fracasar en el intento. Y hace falta que ese contrabajo sea el de Javier Colina para que la cosa no haga aguas, justamente al borde de un embalse. Hablamos del talento y la voz prodigiosa de Silvia Pérez Cruz, que el sábado, en la penúltima velada del festival Pirineos Sur, hizo que los 3.000 espectadores del Auditorio se olvidaran de que la noche estaba más fresca que un salmón en Alaska. De aquel hermoso disco que Pérez Cruz y Colina grabaron hace nueve años (En la imaginación) recuperó la pareja canciones como Ella y yo y La tarde, composición del cubano Sindo Garay, con letra de Amado Nervo y Lola Rodríguez de Tió. También revisaron The Sound Of Silence, de Simon & Garfunkel, creando una hermosa pieza casi de nuevo cuño, y rindieron un vibrante tributo al gran Bola de Nieve, con Belén.

Antes de eso, el veterano y estupendo guitarrista y cantautor brasileño Toquinho abrió en solitario el concierto, y recreó con Colina Samba en preludio, de la leyenda Vinicius de Moraes, con quien mantuvo una relación profesional de 10 años. Luego, ya los tres intérpretes al alimón se adentraron sin fisuras en el Brasil sonoro de Chega de saudade, Eu sei que eu vou, Samba da Bênção, Carinhoso, Garota de Ipanema, Asa branca... Silvia Pérez Cruz puede cantar con sentido y sensibilidad lo que se le ponga por delante, venga de Brasil o de Noruega, pues hace suyo sin problemas cualquier repertorio, porque lo de esta chica roza lo sobrenatural; si además le acompañan Toquinho y Colina, miel sobre hojuelas, aunque uno, personalmente, disfrutó mucho más su set con el contrabajista que el resto del concierto.

La primera parte de la noche fue para Martirio y ese notabilísimo pianista que con tanta enjundia enlaza lo latino con la tradición española: Chano Domínguez. Martirio, la peineta más revoltosa de la canción popular del sur de Europa, tiene tras de sí una larga trayectoria repleta de búsquedas y de hallazgos, entre ellos sus homenajes a Chavela Vargas (en disco propio) y a otros artistas (en grabaciones colectivas). A Pirineos Sur llegó con un homenaje a Bola de Nieve (Ignacio Jacinto Villa Fernández, 1911-1971), ese singular cantante y pianista cubano, único e intransferible. De ahí la dificultad de abordar con éxito su legado. Bola de Nieve era un intérprete dramático, sí; pero repleto de ironía, de sentido del humor, de dobles intenciones. Cada inflexión de su voz era un mundo; cada sílaba de las letras que cantaba, una historia.

De ahí que la interpretación de Martirio de una parte del repertorio de Bola de Nieve (Tú no sospechas, Si me pudieras querer; Alma mía; Drume negrita; No puedo ser feliz; Vete de mí; La vie en rose; Vito Manué, tú no sabe inglé; Manisero...) transitase entre las luces y las sombras. Las primeras brillaron por la calidad vocal de Martirio y el gozoso piano de Domínguez; las segundas surgieron de la imposibilidad de la intérprete de dar con el tono y el timbre adecuados, a las historias y la manera de contarlas de Bola de Nieve. Y ya sabemos que se trata de recrear y no de copiar; pero con una sola canción Silvia Pérez Cruz se acercó mucho más que Martirio al universo del cubano.

Y antes de que Lanuza aplaudiese a Silvia y a Martirio, en el escenario de Sallent la formación oscense Nanjazz dio toda una sugerente lección de cómo acercarse al flamenco desde los patrones del folclore y del jazz. Revisó su disco Manuco, y otras composiciones como Pulida magallonera (en clave bolero-rumba-verdiales) y Café Canfranc (fandango), antes de rematar faena con una improvisación a golpe de tumbao afrocubano.