Pudo ganarse la vida como prestidigitador, pero afortunadamente se dejó seducir por la pantalla. Pocos días después de cumplir 79 años, Woody Allen estrena una comedia romántica sobre un ilusionista dedicado a desenmascarar espiritistas porque sigue siendo "un estricto ateo descreído".

"Me gustaría que hubiera una solución mágica que nos salvara a todos, pero no tiene pinta de que haya ninguna magia. Parece que lo que ves es lo que hay. No hay un mundo especial ahí fuera con muertos sentados en círculos y pasándoselo bien, a los que nos uniremos cuando muramos", relata Allen, durante un encuentro con la prensa para promocionar su última película Magia a la luz de la luna. "No hay nada, esto es todo: naces, no hay sentido para ello; lo haces lo mejor que puedes, no sabes por qué; tienes hijos, no sabes por qué existe ese deseo sexual tan fuerte de tener hijos; esos hijos tienen hijos; y tu mueres, ellos mueren también y luego la Tierra desaparece y el universo también... ¿Estás contento de haber venido aquí esta mañana?", pregunta con ácido pesimismo el cineasta neoyorquino.

Para su nueva película, rodada en el sur de Francia, el director se inspiró en el célebre ilusionista húngaro Harry Houdini (Budapest, 1874-Detroit, 1926), y en la corriente de autoproclamados médiums que en los años veinte del pasado siglo "engañaban a la gente por su dinero" mientras invitaban a "profesores de renombre de universidades como Harvard o Yale" a intentar desvelar sus secretos.

"Pero se dieron cuenta de que no podían engañar a los magos que les veían. Incluso los magos mediocres podían ver rápidamente dónde estaban los problemas. Houdini fue particularmente activo en ir por diferentes sitios destapando a todos estos impostores", resume Allen.

Desde la sorna y la incredulidad, el director de Brooklyn se compromete a regresar con noticias si, una vez muerto, encuentra la manera de comunicarse con los vivos, igual que prometió Houdini.